sábado, 24 de mayo de 2025

Depredadores tóxicos (5° parte y final)


 Vimos a un enorme simio de largos brazos, sosteniendo la cabeza ensangrentada de Fernando, ya arrancada del cuerpo de nuestro compañero y un oscuro felino de descomunales proporciones que, a salvajes dentelladas, destrozaba gran parte del tronco del desdichado. La sargento López emitió un alarido de horror que remeció la habitación. Ambos extrajimos nuestras armas de servicio. La pantera dio un ágil salto y se abalanzó  hacia mi compañera, quien descargó toda la munición sobre el monstruo, el que cayó estrepitosamente al piso. Yo, aún temblando, disparé todo mis cartuchos hacia el primate que miraba amenazante. Lo tumbé de espaldas. 

Sin embargo, el oscuro cuadrúpedo, aparentemente sin heridas, recuperó su postura y comenzó a acercarse lentamente hacia la sargento. Macarena, al igual que yo, extrajo de uno de sus botines la pequeña Sig Sauer de 9 mm., mientras el terrible mono me asestaba un cachetazo con el que me envió volando hacia un espejo de pared, cuyos vidrios explotaron a mi contacto. El felino se abalanzó presto hacia la mujer. La sargento volvió a disparar a quemarropa, hiriendo de muerte al depredador. -¡La mancha blanca, Peñaloza!- Gritó desesperadamente la sargento. 

Cuando el horrible peludo me aprisionaba entre sus largos brazos, divisé una pequeña mancha blanca al costado derecho de su hombro. Disparé todos los tiros hacia ese objetivo, causándole heridas mortales. Lo que ocurrió a continuación rayó en la locura. Ambos animales salvajes comenzaron una metamorfosis. El negro animal abandonó su forma y se convirtió en Pardal, quien llorando emocionadamente, abandonó el mundo de los vivos. 

El salvaje coloso, quien había intentado acabarme, daba paso a Machín. Escuché sus últimas palabras.-Bendito extraño, por más de cuatro siglos, distintos hombres han intentado infructuosamente cazarnos y esta mujer y tú por fin lo lograron. Acabaron con la terrible maldición que pesaba sobre  nuestros cuerpos. Dejamos de vagar para siempre como una pareja codiciosa y mal avenida, quienes desafiaron a Manoa o El Dorado, como ustedes lo conocen. La condena recae ahora en ustedes. 

Observé que cerraba sus ojos para siempre y Macarena López mutaba en una gigantesca bestia de pelaje oscuro, mientras mis brazos se alargaban y largos pelos rojizos brotaban de ellos.

                                        ****************

Un escuadrón de la Policía de Investigaciones, que llegaba en calidad de refuerzo, juró por lo más sagrado, que esa noche vieron emerger de la terraza del departamento 1014 de Fernando Villagrán, malogrado compañero de armas, una pantera y un orangután de dimensiones inusualmente descomunales, dando saltos inverosímiles hacia el vacío y perdiéndose en la noche de Santiago de Chile.

                                                  FIN

miércoles, 14 de mayo de 2025

Depredadores tóxicos (4° parte)



Por las dudas, le solicitamos a dos nóveles agentes que vigilaran a la pareja. Uno de ellos, Matías, trabajaría encubierto de pordiosero y el otro, Fernando, de vendedor callejero de cigarros de dudosa calidad. La idea sería ver los movimientos de ambos, con quienes se relacionaban y sus hábitos durante el período de trabajo.

los primeros días no se avanzó significativamente. Tanto él, como su pareja se dedicaron a su negocio de venta de ropa usada. El hombre asumiendo el rol principal y la mujer, sentada por horas al fondo, adosada abúlicamente a su celular. Los siguieron a distancia a su domicilio, pero nada significativo que reportar, salvo el tedio de la bella y el malhumor de él. Les llamó la atención la pequeña casa en donde la pareja habitaba. Era sólida y totalmente cercada por muros y alambres de púas que rodeaban todo el perímetro. Daba la impresión que no deseaban visitantes y que los transeúntes no se enteraran de lo que ocurría en su interior. Consultados algunos vecinos del lugar, nos comentaron que llegaban siempre a la hora del crepúsculo y se encerraban hasta el amanecer. No interactuaban con nadie, especialmente el hombre y en ciertas noches del mes se sentían extraños ruidos, que en sordina, semejaban a gruñidos y chillidos indefinibles.

las hipótesis surgían en un desorden propio de la rareza de la situación.¿ Al interior de ese domicilio se dedicaban a la crianza de animales salvajes? (que era descartada por inverosímil). ¿Realizaban rituales ancestrales? (esa dio como consecuencia la risotada generalizada de la legación policial). ¿Posesiones, vudú? Y otras variopintas conclusiones bizarras que daban cuenta de lo extraviados que nos encontrábamos. Sin embargo, hubo un avance. Fernando, nuestro agente encubierto, logró establecer una conexión con la mujer, ya que esta comenzó a comprarle cigarrillos. Nos enteramos que se llamaba Pardal y era oriunda de Maracaibo. Aunque gran parte de su infancia la vivió en la Amazonía venezolana y pertenecía a la etnia de los Yanomamis, al igual que su pareja, cuyo patronímico era Machín, con quien sus padres la emparejaron por una conveniencia económica que se fue diluyendo, ya que era una promesa de barro.

Felicitamos a Fernando por su acucioso trabajo policíaco y lo instamos a profundizar el vínculo. En los días siguientes, la relación de contertulio con Pardal se solidificó. Pero sucedió lo inevitable. El pequeño hombre apareció de improviso y sorprendió a nuestro agente conversando animadamente con ella. Machín insultó a nuestro agente y de un empellón lo expulsó del pequeño local.  Fernando se rehízo y de un solo golpe de puño lo tumbó, dejándolo aturdido. El agente nos dio un detallado reporte de lo acontecido y, lamentablemente, quedaba descartado como elemento encubierto. Llegó el anochecer de ese ajetreado día. Cuando estaba a punto de retirarme del cuartel, una llamada de Fernando, en un estado de sobresalto extremo, daba gritos a través del celular. Unas gigantescas sombras lo acechaban desde su terraza e intentaban ingresar a su departamento, ubicado en el piso diez del condominio, según sus atropelladas palabras. Con la sargento López nos dirigimos raudos al domicilio del colega, mientras reportábamos la situación, pidiendo refuerzos.

El ascensor nos llevó al piso de Fernando. Se escuchaban horrorosos alaridos al interior del departamento y unos bramidos que aterraron a sus vecinos. La puerta de entrada se encontraba cerrada con pestillo. Disparé dos tiros a la cerradura y de un puntapié la abrí de par en par. Lo que vimos con la Sargento López nos heló la sangre y nos paralizó por algunos segundos.

sábado, 10 de mayo de 2025

Depredadores tóxicos (3° parte)

 

                                                                                                                                                                    

Los laboratoristas habían recibido el cuerpo inerte del desaparecido y los peritajes arrojaban novedosos resultados que podrían aportar alguna luz al interior del túnel en donde nos encontrábamos extraviados con la sargento. Se comprobaba la edad de la joven víctima y las terribles heridas encontradas en su piel. Llamaba la atención que en su costado abdominal derecho, gran parte de su carne y huesos no estaban, dando la impresión que habían sido arrancados a feroces dentadas. Más bizarro aún. Al interior de sus restos estomacales unos pelillos de color marrón rojizo, largos, fluidos y densos se encontraban entrelazados con unos pelos pardos, muy oscuros. Los expertos agregaron en su informe que en las viseras del profesor asesinado se encontraron los mismos mechones. El cuerpo hallado en el canal, debido a la cantidad de agua que contenían sus restos no daban los mismos indicios, salvo que le faltaba gran parte de su espaldar, dejando al descubierto parte de su columna vertebral.

Decidimos volver a los locales aledaños a la Estación Ñuble, con la secreta esperanza de hallar algunos bizarros empleados fornidos gimnastas y colorines o unos alpinistas desquiciados de cabellera color pardo. Nada de nada. Nos encontrábamos prestos a abandonar el pequeño y austero centro comercial, cuando una pareja de migrantes llegó a abrir su pequeño local número 24. Ellos no estaban en el primer interrogatorio que hicimos con la sargento López. Según las preguntas que les realizamos, eran venezolanos que habían arribado hacían apenas dos años a Chile. Él era de baja estatura, espaldas anchas, brazos largos y un rostro de disgusto permanente que parecía adosado a su rostro. Ella, bella, alta y morena. De figura delgada y armoniosa. Permanecía largo tiempo sentada al interior del local, sin soltar en momento alguno su teléfono celular. Su silencio permanente le daba un aire misterioso. Los menté como hermanos. Esa sola mención disgustó al hombre, espetándome que eran pareja desde la adolescencia. Confesaron desconocer a los asesinados. 

Cuando estábamos a punto de subir al auto, una mujer que poseía una venta de flores nos alcanzó. Dijo haber escuchado la información que el pequeño hombre nos había entregado y que había imprecisiones. La pareja conocía a los dos jóvenes asesinados. Es más, ella, cuando se encontraba sola en el local, conversaba por separado y por largos minutos con los dos varones, quienes se sentían atraídos por aquella sensual mujer. En cuanto al docente, la mujer le solicitó clases particulares, ya que deseaba acabar su secundaria interrumpida. Pero, una vez que llegaba su hombre, eran expelidos groseramente por él. Su pequeña estatura no acompañaba a sus amenazas y la mayoría de los locatarios se reían a sus espaldas. Si bien, las descripciones de los testigos los sindicaban como posibles sospechosos, el peritaje de los de criminalística destruían esa posibilidad. ¿Cómo un homúnculo treparía varios pisos; ingresaría, desde alturas considerables, a un departamento; asesinaría salvajemente a unos hombres, practicando incluso la antropofagia; bajaría por las paredes muchos pisos, dejando pelos anaranjados y negros en sus estómagos, para luego desaparecer, sin ser visto por nadie? El móvil podrían ser los celos, sin embargo, por la envergadura de los crímenes, el migrante no calificaba ni tangencialmente como un potencial asesino serial. 

miércoles, 7 de mayo de 2025

Depredadores tóxicos (2° parte)


 Con Macarena López establecimos un pacto de camaradería, curtido por los años de ser una pareja de policías que se conocen mejor que a sus cónyuges, por lo que mi chascarro pasó a mejor vida y se archivo como un descuido propio de un agente que se sabe pronto a su retiro. Averiguamos que los dos asesinatos anteriores no reportados, mantenían similares características al del condominio de San Eugenio, es decir, cruentos crímenes de hombres, departamentos destartalados y sanguinolentos y con las cerraduras activadas desde dentro.

A ello, se agregaban aspectos que yo, luego de mi reciente y triste reacción con la sargento López, no dejaría pasar. Las locaciones eran departamentos que se ubicaban entre los pisos quinto al décimo cuarto. Los tres asesinatos se situaban en la comuna de Ñuñoa, más bien el perímetro ubicado entre las calles Vicuña Mackena, Guillermo Mann, Pedro de Valdivia y José Domingo Cañas. Los crímenes anteriores no habían sido denunciados, por temor de los vecinos de verse involucrados, ya que, según ellos, los policías de la Comisaría  de Guillermo Mann esquina de Maratón y otras, no destacaban por su trato afable y su desconfianza hacia los vecinos era moneda de cambio.

 Con la Sargento visitamos los dos departamentos donde ocurrieron los otros hechos violentos. Como no hubo denuncia los sitios ya se encontraban intervenidos por terceros y uno de los cuerpos se hallaba desaparecido y el otro arrojado al Canal San Carlos, el que se encontró apenas hace dos días atrás. Solo restaba interrogar a los vecinos. Una anciana del Block 80 ubicada en la Villa Olímpica nos comentó que el hombre asesinado vivía solo en su dúplex  y que trabajaba de dependiente en unos locales ubicados al costado de la Estación Ñuble del Tren Metropolitano de la capital y que la noche del siniestro sintió ruidos de forcejeos y un desgarrador grito, seguido de silencio absoluto.

La otra víctima, cuyo cuerpo se encontraba desaparecido, habitaba un departamento de la calle Orrego Luco. Los testigos lo calificaron de un joven huraño y solitario. Algunas vecinas, por lo bajo, destacaron lo buenmozo que era. Agregaron que se encontraba cuidando el departamento de una hermana y que laboraba en un quiosco aledaño a la Estación del Metro Ñuble. Las coincidencias se hacían presentes. Mismo barrio, iguales ocupaciones de dos de los occisos y los singulares y desconcertantes asesinatos realizados a puertas cerradas con cerraduras accionadas desde el interior y en pisos de alturas considerables. ¿El criminal (o los criminales) poseían alas? ¿Eran alpinistas expertos? ¿Levitaban?. 

Así de desconcertados nos encontrábamos con la sargento López. Volvimos a la realidad y decidimos realizar trabajo policíaco de verdad y nos apersonamos en las afueras  de la estación Ñuble e interrogamos a los dependientes de las pequeñas tiendas, mostrándoles las fotos de los occisos. La mayoría los reconocía y daban muestras de pesadumbre por sus aciagos destinos. Hombres jóvenes, serviciales y muy bien plantados. Respecto a la víctima del piso catorce de San Eugenio, era un profesor a punto de jubilar y, salvo el rasgo de vivir cercano a las otros desgraciados, no concordaba con el perfil de ellos. Aún sin una pista significativa que nos encaminara de manera decidida, tanto al móvil, como a los posibles culpables, una llamada urgente a mi celular de parte del equipo de criminalística nos sobresaltó.