miércoles, 7 de mayo de 2025

Depredadores tóxicos (2° parte)


 Con Macarena López establecimos un pacto de camaradería, curtido por los años de ser una pareja de policías que se conocen mejor que a sus cónyuges, por lo que mi chascarro pasó a mejor vida y se archivo como un descuido propio de un agente que se sabe pronto a su retiro. Averiguamos que los dos asesinatos anteriores no reportados, mantenían similares características al del condominio de San Eugenio, es decir, cruentos crímenes de hombres, departamentos destartalados y sanguinolentos y con las cerraduras activadas desde dentro.

A ello, se agregaban aspectos que yo, luego de mi reciente y triste reacción con la sargento López, no dejaría pasar. Las locaciones eran departamentos que se ubicaban entre los pisos quinto al décimo cuarto. Los tres asesinatos se situaban en la comuna de Ñuñoa, más bien el perímetro ubicado entre las calles Vicuña Mackena, Guillermo Mann, Pedro de Valdivia y José Domingo Cañas. Los crímenes anteriores no habían sido denunciados, por temor de los vecinos de verse involucrados, ya que, según ellos, los policías de la Comisaría  de Guillermo Mann esquina de Maratón y otras, no destacaban por su trato afable y su desconfianza hacia los vecinos era moneda de cambio.

 Con la Sargento visitamos los dos departamentos donde ocurrieron los otros hechos violentos. Como no hubo denuncia los sitios ya se encontraban intervenidos por terceros y uno de los cuerpos se hallaba desaparecido y el otro arrojado al Canal San Carlos, el que se encontró apenas hace dos días atrás. Solo restaba interrogar a los vecinos. Una anciana del Block 80 ubicada en la Villa Olímpica nos comentó que el hombre asesinado vivía solo en su dúplex  y que trabajaba de dependiente en unos locales ubicados al costado de la Estación Ñuble del Tren Metropolitano de la capital y que la noche del siniestro sintió ruidos de forcejeos y un desgarrador grito, seguido de silencio absoluto.

La otra víctima, cuyo cuerpo se encontraba desaparecido, habitaba un departamento de la calle Orrego Luco. Los testigos lo calificaron de un joven huraño y solitario. Algunas vecinas, por lo bajo, destacaron lo buenmozo que era. Agregaron que se encontraba cuidando el departamento de una hermana y que laboraba en un quiosco aledaño a la Estación del Metro Ñuble. Las coincidencias se hacían presentes. Mismo barrio, iguales ocupaciones de dos de los occisos y los singulares y desconcertantes asesinatos realizados a puertas cerradas con cerraduras accionadas desde el interior y en pisos de alturas considerables. ¿El criminal (o los criminales) poseían alas? ¿Eran alpinistas expertos? ¿Levitaban?. 

Así de desconcertados nos encontrábamos con la sargento López. Volvimos a la realidad y decidimos realizar trabajo policíaco de verdad y nos apersonamos en las afueras  de la estación Ñuble e interrogamos a los dependientes de las pequeñas tiendas, mostrándoles las fotos de los occisos. La mayoría los reconocía y daban muestras de pesadumbre por sus aciagos destinos. Hombres jóvenes, serviciales y muy bien plantados. Respecto a la víctima del piso catorce de San Eugenio, era un profesor a punto de jubilar y, salvo el rasgo de vivir cercano a las otros desgraciados, no concordaba con el perfil de ellos. Aún sin una pista significativa que nos encaminara de manera decidida, tanto al móvil, como a los posibles culpables, una llamada urgente a mi celular de parte del equipo de criminalística nos sobresaltó.  

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