Sin embargo, el oscuro cuadrúpedo, aparentemente sin heridas, recuperó su postura y comenzó a acercarse lentamente hacia la sargento. Macarena, al igual que yo, extrajo de uno de sus botines la pequeña Sig Sauer de 9 mm., mientras el terrible mono me asestaba un cachetazo con el que me envió volando hacia un espejo de pared, cuyos vidrios explotaron a mi contacto. El felino se abalanzó presto hacia la mujer. La sargento volvió a disparar a quemarropa, hiriendo de muerte al depredador. -¡La mancha blanca, Peñaloza!- Gritó desesperadamente la sargento.
Cuando el horrible peludo me aprisionaba entre sus largos brazos, divisé una pequeña mancha blanca al costado derecho de su hombro. Disparé todos los tiros hacia ese objetivo, causándole heridas mortales. Lo que ocurrió a continuación rayó en la locura. Ambos animales salvajes comenzaron una metamorfosis. El negro animal abandonó su forma y se convirtió en Pardal, quien llorando emocionadamente, abandonó el mundo de los vivos.
El salvaje coloso, quien había intentado acabarme, daba paso a Machín. Escuché sus últimas palabras.-Bendito extraño, por más de cuatro siglos, distintos hombres han intentado infructuosamente cazarnos y esta mujer y tú por fin lo lograron. Acabaron con la terrible maldición que pesaba sobre nuestros cuerpos. Dejamos de vagar para siempre como una pareja codiciosa y mal avenida, quienes desafiaron a Manoa o El Dorado, como ustedes lo conocen. La condena recae ahora en ustedes.
Observé que cerraba sus ojos para siempre y Macarena López mutaba en una gigantesca bestia de pelaje oscuro, mientras mis brazos se alargaban y largos pelos rojizos brotaban de ellos.
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Un escuadrón de la Policía de Investigaciones, que llegaba en calidad de refuerzo, juró por lo más sagrado, que esa noche vieron emerger de la terraza del departamento 1014 de Fernando Villagrán, malogrado compañero de armas, una pantera y un orangután de dimensiones inusualmente descomunales, dando saltos inverosímiles hacia el vacío y perdiéndose en la noche de Santiago de Chile.
FIN
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