Alicia había dejado de soñar (no en vano su edad ya frisaba los cuarenta y cinco años). Sus hermosos y cansados ojos despidieron las escasas lágrimas que derramaba en solitario.
En un postrero esfuerzo evocó aquella tarde. Aquella hermosa tarde en que el Sombrerero Loco le había celebrado el único cumpleaños de que poseía memoria. La mesa se encontraba bien dispuesta, pese a que el señor ya había perdido la costumbre de disponer cubiertos, platos y servilletas. Ella apenas contenía las emociones. Sentirse festejada, alagada, tomada en cuenta al fin. Abrazó al Sombrerero y lo besó apasionadamente. ¡Qué importaba el mañana cuando tenía frente a sí un presente extraordinario!
Degustaron las galletitas con forma de animalitos, el té de finas hierbas y los biscochitos de chocolate. Cantaron hasta quedar sin voz aquello de feliz, feliz no cumpleaños, para mi, para tú.
Al caer la tarde y exhaustos de reír se prometieron amor eterno. Ambos sabían que las mentiras en esas circunstancias se pasan por alto. La despedida, sin embargo, acercó aún más sus corazones.
Un molesto ruido de pasos en la entrada del departamento volvió a Alicia al centro mismo de su enajenada realidad. Escasa importancia le concedió a tal predicamento. Había visitado nuevamente el País de las Maravillas y eso ya era suficiente.
2 comentarios:
Hectortito: Por fin me hago el tiempo para visitar tu blog por un ratito más prolongadito,todo en ito sin el menor esfuercito. Leí tu cuento dominical donde narras ese encuentro con Marcelicia. Bien por tí y por ella. Cortito pero con sabor a Lewis Carroll escribiendo desde la capital distópica del Reino de Chile. Después te sigo leyendo y posteando postas negras y rosadas. Chau. Sam the Ham
Sammy The Hamy:
'chas gracias por tus posteos de correos y de parloteos. Esperaré ansioso como un oso, tus siguientes visitas virtuales y las de los demás comensales.
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