sábado, 15 de noviembre de 2008

Un falo temperamental.


Él se levantó de la cama sintiendo el dolor de la derrota más terrible experimentada en su vida. Al otro costado del tálamo la fémina, aún incrédula, no daba crédito a lo que había experimentado. Sus amigas le habían comentado que este pedazo de macho garantizaba los más variados y exquisitos orgasmos femeninos, como también inauditas y excitantes posturas . Sin embargo, el apéndice viril esta vez no había presentado cartas de ciudadanía en toda la noche. Con el rabo literalmente entre las piernas abandonó el departamento de la bella y deambuló por Santiago el resto de la noche.
Despertó postrado en un banco de la plaza ubicada al costado de la Biblioteca Nacional y decidió consultar a un urólogo amigo de un amigo. El facultativo lo despidió explicándole que se encontraba cero kilómetro y la probabilidad de que fuera algo mental comenzó a rondar en su cabeza. Reflexionó, buscó semejanzas y diferencias en experiencias anteriores y ató cabos sueltos. La mayoría de las veces había funcionado entre lo razonable y lo espectacular, sin embargo una y sólo una vez, realizó la operación amorosa para dar cumplimiento a su rol de hombre con tradiciones cavernarias, pero sin sentir el más mínimo placer. En ese punto se detuvo y permaneció pensativo largos minutos. Era muy similar a la actual penosa performance que le quitaba el sueño.
Fue en ese momento que ocurrió lo impensable. Su maestro de ceremonias, como tan acertadamente lo llamaba, le habló... Le reveló una cuantas verdades de sí mismo y de su persona, le explicó que el amor no era un deporte y que los sentimientos también afectaban a su amiguito de correrías.
Desde ese momento es un hombre feliz. Votó acertadamente por la monogamia. Se enamoró de verdad y por vez primera ganó un amigo y confidente para toda la vida.

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