viernes, 16 de enero de 2009

La mujer que odiaba los lentes de sol

Alejandra había iniciado su extraña cruzada a los diez años de edad. Rompía cuanto lente de sol encontraba. Sus padres pagaban el costo de cada uno de ellos, con una mezcla de asombro y de rabia a las personas que eran víctimas de la ira descontralada de su pequeña hijita.
Todo comenzó cuando su padre le hizo, según ella, una gran revelación: "la felicidad la traen los días soleados", le dijo con aire solemne. Desde ese momento, la niña entró en la dualidad del amor/odio, es decir, amor a las mañanas soleadas e inquina a las nubladas.
Una infeliz y calurosa tarde de febrero paseaba con sus padres y reparó en que varios transeúntes portaban lentes de sol. La pregunta no se hizo esperar:
- ¿Por qué ellos utilizan esos lentes, papá?, ¿es que están ciegos?.
- Hija, a ellos no les gusta el sol. Nueva y peligrosa revelación de su padre.
Alejandra no entendió la verdadera razón del uso de los anteojos, más bien, tergiversó las palabras de su progenitor. Y comenzó el calvario. Pisoteó, pulverizó, trizó y destripó todas las antiparras oscuras que pasaban cerca de su presencia. Deseaba la felicidad de la gente, por ello intentaba sacarlos de su mundo de oscuridad.
En la ceremonia de graduación, sus compañeros, antes de lanzar sus birretes al aire, se colocaron lentes de sol, dejándole claro que su cruzada no valía nada.
Ya en la universidad, no logró convencer a nadie de sus objetivos. Es más, le recomendaron encarecidamente una visita a un buen psicólogo. Mientras los vendedores de anteojos de sol no sabían si amarla u odiarla, ya que asaltaba cada tienda, destrozando el objeto de su odio, mientras que subían las ventas de los lentes, debido a su peculiar conducta.
Alejandra, de treinta años y coexistiendo con el mundo del trabajo intento madurar, pero poco. Desarrolló sofisticadas estratagemas para continuar con su insólito derrotero. Pedía prestado anteojos que perdía sutilmente, abrazaba efusivamente a varones, cuyas gafas se encontraban colgados del pecho de la camisa para así malograr esos demoníacos adminículos y descubrió el hábito de fumar sólo para dejar, descuidadamente, su cigarrillo encendido, cerca de algún vidrio plastico del objeto odiado y así marcarlo de por vida. Todo ello le costó una vida de soltería indefinida, la soledad fue su única compañera y sólo sus arranques de furia la conectaban con el resto del mundo.
Actualmente Alejandra se encuentra internada en una casa de rehabilitación mental , sus padres lloran su maldita suerte y los doctores la dan como caso perdido. Sin embargo, ella por fin es feliz. Autorizó filmar un documental de su extraño caso a una cadena de canales extranjeros (lo que le significó pingües ganancias que aseguraron su estadía en el nosocomio), consiguó un trabajo de testeadora de lentes de sol irrompibles ("a prueba de Alejandra", rezaba el slogan) y conoció por fin el amor en un paciente esquizofrénico que mataba el tiempo rasgando las telas de los quitasoles.

2 comentarios:

Pato99 dijo...

Hola profe, solo me pregunto si el documental saldra a la venta en DVD.
Nos vemos.

Tito Diaz dijo...

Pato: me encuentro negociando los derechos de autor y consiguiéndome un buen director para el documental, ¿me sugieres alguno?. Con respecto al cuento, cualquier parecido con gente que conozcas es sólo coincidencia.
Nos vemos y que estés pasándola chancho en tus vacaciones.