viernes, 25 de septiembre de 2015

Sicario de mascotas (I parte)


Santiago de Chile es una ciudad cuasi-olvidada de la memoria de los hombres. Aún así insisto en vivir y trabajar en ella. No me acostumbraría a otra urbe. Es como si fuera el espejo de mi alma, mi sosías. En la investigación privada me fortalezco, lamentablemente, no forma parte de los servicios de primera necesidad de esta paupérrima gente que habita la desolada cuenca capitalina. Los casos escasean. Aunque la aliteración se me dio esta vez, no hay caso. Realmente el laburo ya no da para más. Sólo ronda en mi mente la última investigación para la que fui contratado y que me reportó un poco de "lana" y otro poco de tragicomedia... el caso es como sigue...

Me encontraba postrado en mi desvencijado sillón de imitación de cuero, observando el desorden organizado de mi oficina, cuando una atribulada joven, que frisaba los 30 años, ingresó tímidamente. Era de mediana estatura y una vez que se desprendió de sus gafas negras, comprobé sus rasgos que delataban antepasados del medioriente. Vestía elegantemente.

- El señor Manuel Urbina, dijo con voz temblorosa, pero dulce.
- El mismo que viste y calza 48, contesté con mi ausencia absoluta de empatía.
- Necesito sus servicios... Mi perrita Chau - chau fue asesinada.

Entenderán que hice un gran esfuerzo para no desternillarme de la risa. Le expliqué que mi negocio abarcaba solo casos que involucraran humanos o algo similar a ello. Inmediatamente dejó en la mesa un fajo de billetes verdes que encandilaron mi razón. Acepté en el acto. Las cuentas me atosigaban y esta bella dama podría ser el vehículo de mi salvación.

Entre sollozos me contó que su mascota era lo más preciado que poseía en este mundo y que su deceso la tenía devastada. Su único objetivo era descubrir quien o quienes se encontraban detrás de tan deleznable homicidio canino. La tranquilicé, solicitándole todos los datos que ella pudiera entregarme. Nombre de la mascota (se llamaba Almendra); raza (que ya la había entregado al ingresar a mi oficina) y cementerio en donde se encontraban sus restos.

Mis primeras diligencias se encaminaron a conseguir un certificado para una exhumación y la posterior compañía de Peñaloza, un tanatólogo caído en desgracia por una acusación de un supuesto tráfico de órganos aún no probado y que le deterioró la imagen de por vida. Actualmente es un bebedor consuetudinario del bar Panamá, un tugurio ubicado en la comuna de Ñuñoa y atendido por la señora Pilar, desde la década de los cincuentas.

                                                                     (Continuará).

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