En el principio fue el caos...
El magnífico ser alado descendía con dificultad sobre el planeta. Absolutamente exhausto y mortalmente herido se posó sobre el macizo cordillerano. Era el refugio que había escogido durante su escapatoria. Lo recordó, ya que el plan divino de la gestación universal aún no se encontraba acabado en ese lugar.
Por más que repasaba los hechos pasados no podía comprender cabalmente lo que estaba ocurriendo. Era un levantamiento más de las huestes del averno, como otros en el pasado. Los habían derrotado fácilmente en las primeras escaramuzas, pero esta vez fue diferente. La vehemencia con que comenzó el ataque, la sorpresa del mismo y la desidia de algunos de sus compañeros fueron determinantes en el resultado.
Él combatió valientemente al lado de su señor. Uno a uno caían sus más preciados amigos. Los otrora bellísimos seres se transformaban en una masa amorfa de carne, visceras y sangre. Se abrío paso por entre el tumulto y una certera lanza lo atravesó de lado a lado. Logró escapar sin antes observar que al todopoderoso le caían encima cientos de iracundas alimañas sedientas de venganza.
Tendido entre los altos y nevados picachos sentía su fin cerca. Sus ojos se cerraron y dormitó. Se imaginó creando, junto a sus compañeros, un lugar único e irrepetible. Una isla que no fuera una isla. Por el norte se encontraría el desierto más árido del mundo. Por el sur, los hielos cuasi eternos. Por el este una cordillera que hiciera las veces de biombo climático y por el oeste un océano inmenso. La jaula de oro perfecta. Sus habitantes sólo conocerían su pequeño entorno, además los dotaría de fantásticos mecanismos de defensa: la desconfianza al extraño, la nula capacidad de asombro, el tedio como forma de vida y la capacidad de olvidar al instante lo poco que retendrían sus mentes.
-Serán eternamente felices, se dijo para sí.
Despertó sobresaltado, ya que el dolor que le causaba su herida se tornaba insoportable. Lloró sincera y amargamente por la suerte corrida por su amado líder y sus camaradas. Contempló por última vez la celestial obra inconclusa y su mirada se apagó para siempre.
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