viernes, 11 de abril de 2008

Una condena asumida


Quiero desear con todo mi ser que los sueños no posean la premonición como única ruta de entendimiento. La otra noche tu alma me visitó y me aterraron las visiones oscuras que me deparó esa presencia febril. Te visualicé muerta en vida. Una cataléptica voluntaria, que asume resignada su destino impuesto por fuerzas que cree no poder controlar. Llorabas silenciosamente para no molestar a los otros. Esos otros que te señalaban con dedos acusadores que tú crees justos, aunque no conozcan todos los hechos de una hermosa causa emprendida por tu imprudencia de mujer. Dejabas que las alimañas llevaran tu níveo y aromático cuerpo por zonas nebulosas y comparecías ante el gran juez de las profundidades. El veredicto ya lo conocías de antemano e ingresabas mansamente a las catacumbas finales. Te dabas sólo una licencia: volteabas la cabeza y me dedicabas una última y lastimosa mirada, suplicando perdón.
Durante la mañana siguiente no logré concentrarme un minuto en mis asuntos e invoqué el día entero a Calderón, quien por boca de Segismundo, el vidente, sabiamente decía estas palabras:
...soñemos, alma, soñemos
otra vez; pero ha de ser
con atención y consejo
de que hemos de despertar
deste gusto al mejor tiempo... (*)
(*) La vida es sueño. Calderon de la Barca. Jornada III. Versos 172 a 176.

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