Me crie en el barrio Franklin. Del momento en que me llevaron desde la maternidad a la calle Bío Bío, casa 731; hasta que abandoné
el Matadero para estudiar pedagogía en la Católica de Valparaíso. Viví mis
primeros diecisiete años de vida en ese lugar, durante las tumultuosas décadas
de los sesentas y setentas. Un día del año 2018, vi la novela de Simón Soto en
una librería del centro de Santiago. Con los recuerdos de mi infancia y adolescencia
que comenzaban a revivir en mi cabeza, ingresé al local y compré Matadero Franklin. La leyenda del cabro.
Despaché sus 328 páginas en dos días. Primera conclusión: Don Simón sabe contar
y atrapa con su relato. Creo que su gran cantidad de capítulos, resueltos en no
más de dos a cinco carillas cada uno, le dan agilidad a la lectura. De igual
manera, la predominancia de un estilo narrativo directo y una visión
omnisciente y brutalmente realista, muestran imágenes vívidas de un barrio con
personalidad y leyes propias.
Lo de imágenes vívidas me llevan
a la segunda conclusión: El autor investigó a fondo la época, el lugar, los
personajes y las acciones, convirtiéndolas en un mosaico narrativo muy
verosímil. Los pleitos entre maleantes, las relaciones de poder, el machismo
exasperante y las mujeres aguerridas que sobreviven en un mundo hostil son
temáticas contadas con propiedad y detalle. Mención aparte merece la
descripción de la particular cocina del barrio Franklin, si bien no opta por un
lirismo, al estilo de Laura Esquivel, sus cazuelas, arrollados y perniles,
sazonados con los condimentos propios de Franklin, se leen y se saborean al mismo
tiempo. Es esa comida popular que sobrevive y que se consume en varias
cocinerías o pensiones del lugar hasta el día de hoy.
Si bien la época elegida por Soto
transcurre entre los años 1943 y 1946, algunos de los acontecimientos narrados
podrían tener perfecta cabida en el Franklin de hoy. Me refiero al poderío
intratable del macho, aplicado violentamente sobre las hembras o las escasas
féminas que sobrevivieron y aún sobreviven en ese espacio de marginalidad. Aun más, el editor, a mi juicio, acierta al aseverar en la contratapa
de la novela, que la mayoría de ese mundo, sus singulares protocolos y la
particular visión de sus habitantes feneció con el advenimiento del golpe de
estado encabezado por el general Pinochet. No en vano, y a poco andar de la
instauración de esa dictadura cívico - militar, el Matadero, en su condición de
faenador de animales, es defenestrado y sus sobrevivientes reubicados en el
populoso Matadero Lo Valledor, dando una puñalada artera a uno de los personajes
que encarnaba la quintaesencia del barrio. Me refiero al matarife. Pero el resto de sus personajes arquetípicos aún sobreviven en las sombras.
Un último apunte de esta interesante
novela me merece la figura del Cabro Carrera. Entiendo que es una obra de
ficción basada en hechos reales y que el autor altera los nombres y
acontecimientos para proteger (y creo también para protegerse), a inocentes o
malos entendidos. Se muestran, con pluma diestra, los inicios de este anti –
héroe y su ascenso en la pirámide social del hampa de la época. Pero, como ex –
habitante de Franklin me asaltan algunas dudas (que no tienen que ver
necesariamente con la obra de Samuel Soto). Yo tuve el extraño privilegio de
conocer, siendo niño y adolescente, a Mario Silva Leiva. Su figura, si bien
infundía respeto reverencial entre sus pares, contrastaba con su patética
relación con la autoridad (léase Policía de Investigaciones [P.D.I] y la
policía uniformada). En varias ocasiones presencié cómo estos lo detenían o
apresaban a sus cofrades. El espectáculo era digno del peor guion
cinematográfico. No solo no se resistía al arresto, sino que se lanzaba al
suelo y comenzaba a llorar como una magdalena, antes de cualquier apremio
violento (no en vano, en la interna de la P.D.I. era conocido con el mote de
“El llorón”). Mientras se llevaba a cabo este operativo, los parientes del
Cabro salían a la calle dando alaridos y gesticulando ampulosamente, sin
intentar siquiera un tímido rescate. Aún más, cuando algunos indeseables del
hampa santiaguina, y que tenían cuitas con Mario Silva Leiva, se enteraban que
era detenido, corrían despavoridamente a esconderse, ya que el Cabro los
delataba de inmediato, tal vez para que las golpizas que se le venían bajaran
un tanto de intensidad. Esta desclasificación de hechos contrasta con la figura
idealizada que se tiene del protagonista, que insisto, en la novela de Soto no
se percibe. Solo deseaba intencionar un téngase presente.
Barrio Franklin. La leyenda del cabro, es una obra literaria
altamente recomendable. No solo para los que vivimos en ese singular espacio y
que nos traerá reminiscencias de nuestros años idos, sino que también a los
lectores que conocen este mundo del hampa chilena solo por los medios de
comunicación o de oídas. Esta narración los acercará a un mundo criollo ya
extinto de la realidad actual, pero vigente en la memoria de quienes, como
Samuel Soto, intentan rescatar ese Chile pre – autoritario y cuyo destino se
torció por intereses de una clase dominante que vive dando la espalda al resto
de los habitantes de este país ubicado en el fin del mundo.
Matadero Franklin, La leyenda del cabro
Autor: Simón Soto
Editorial Planeta.
Santiago de Chile. 2018
Número de páginas: 328.
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