Un día
sencillamente ocurrió. La ciudad de Santiago de Chile quedó despoblada. Las
razones hasta hoy se desconocen, sin embargo, las teorías de tan singular
acontecimiento abundan. No es el objetivo ahondar en ellas al comienzo de esta
narración. Sólo asumiremos el hecho de que ningún ser humano fue nunca más
visto por aquella urbe.
El primer indicio
de la ausencia masiva, fue el silencio natural que invadió la cuenca por
completo. Atrás quedaron los molestos ruidos de toda capital, por pequeña que
ésta sea. Luego se sucedieron los suaves sonidos del aletear de las aves, el
rumor del viento primaveral y los tímidos ecos del pisar de los perros
callejeros por las abandonadas calles.
Transcurrieron dos
años terrestres y la última de las centrales hidroeléctricas dejó de funcionar dando
paso a la primera noche prehistórica, después de varios siglos de contaminación
lumínica. Las jaurías de canes y las piaras de cerdos, que a la sazón eran las
formas de vida dominantes de la otrora ciudad, no se dieron por enteradas de
tan maravilloso espectáculo. Las formaciones estelares, los brillantes luceros
y el manto de polvo de estrellas daban la sensación de encontrase tan próximos,
que se podían palpar con las yemas de los dedos.
En los siguientes
cien años terrestres, y debido al inexorable abandono, las construcciones
emblemáticas de Santiago comenzaron su lento y lastimero derrumbe. Fue así que
un edificio de dos pisos, aparentemente de los líderes del lugar, una amplia biblioteca
con cúpulas, un santuario ubicado frente a una plaza y, al parecer, una casa de
estudios de un otrora color amarillo, colapsaron y se precipitaron a tierra
junto a otras extrañas edificaciones que, suponemos, eran de construcción de
vidrio y hormigón feble, cuyas dimensiones son imposibles de clasificar.
Al cumplir
quinientos años de la desaparición de
humanos, en medición de este planeta, la vegetación cubría en su totalidad el
territorio. Las grandes alamedas, un río
de cristalinas aguas con sus brazos torrentosos y las montañas que señoreaban
imponentes el lugar, daban el marco perfecto a nuestra llegada. Mi equipo
explorador solicitó esta destinación, ya que de todo este tercer planeta,
después de la estrella solar, Chile, y en especial su capital, nos llamó
poderosamente la atención. En el resto de los continentes, los humanos se
aniquilaron unos a otros. Cruentas guerras nucleares y bacteriológicas dieron
cuenta de la muerte de billones, sin embargo, aquí y hasta la fecha, se ignoran
los reales motivos de la masiva y total desaparición de personas.
Los viajeros a mi
cargo, después de concienzudos estudios de campo, que incluyeron travesías,
excavaciones y análisis de ensayo y error, llegaron a la conclusión (y es el
informe que leo atentamente en este preciso momento), que una enfermedad mental
desconocida hasta ahora afectó a esta población. Sus síntomas, entre otros,
fueron el individualismo, el tedio, la constante disconformidad y la consecuente
pérdida del sentido de vivir. Decidimos asentarnos por un tiempo en esta cuenca
para continuar los estudios de tan interesante fenómeno.
(Extracto del
informe enviado por ondas neuro-cuánticas al Comando Central de la Federación
Unida).
No hay comentarios:
Publicar un comentario