La idea era extravagante, qué duda cabe, y un intento desesperado y bizarro. Su esposa, al enterarse que el proyecto iba viento en popa, se autoexcluyó del irregular tour, asegurándose, previamente, con la compañía naviera y amenazando al capitán del barco, todo a una, que ninguna joven de blondo cabello se embarcara, ya que sabía de las inclinaciones de su marido por estas féminas. Era sabido por todo el corrillo del cine de la época que el caballero inglés, no solo las prefería rubias, sino que las acosaba hasta el hartazgo, incluyendo abusos en los set de grabación o exclusión de por vida de sus afamadas películas, sino eran receptivas a sus torpes galanteos.
El viaje, más que una travesía en busca de la momentánea inspiración perdida, asemejaba a una troupe de decadentes artistas cinematográficos. Todos se divertían de manera desembozada, menos Alfred. Los excesos de alcohol y sexo, junto con las fiestas que duraban a hasta altas horas de la madrugada, era pan de cada día. Lo que le sobraba al famoso director de talento, (aunque , por ahora, extraviado), le faltaba a raudales en el campo de la seducción. Si bien, su físico no le acompañaba en lo más mínimo, su timidez patológica le impedía siquiera acercarse a una mujer. La mayor parte del tiempo lo pasó encerrado en su camarote, refunfuñando su mala estrella.
Luego de una terrible pasada por el Cabo de Hornos, la embarcación recalaba en el puerto de Valparaíso, solo para aprovisionarse. Hacía ya varios décadas que los marinos sabían que la Joya del Pacífico había perdido todo su otrora resplandor. Alfred, un tanto molesto con el fracaso del viaje, ya que la inspiración y las juergas lo habían excluido de cuajo, decidió bajar a tierra. Vagó sin rumbo fijo por las calles del puerto y coincidió con los informes de esta derruida ciudad. Avejentada, semiderruida y sucia. Decidió volver sobre sus pasos, luego de un par de horas de caminata cuando ocurrió... cientos de gaviotas sobrevolaban las calles de la ciudad, graznando de manera insistente e inquietante. Maravillado, observó el espectáculo hasta que algunos pájaros sobrevolaron y atacaron a algunos transeúntes, picándoles sus cabezas.
Tal extraordinaria experiencia, asustó a Alfred en un principio y se parapetó tras un quiosco de revistas. Sin embargo, un rayo de inspiración lo invadió por entero. Recordar la narración de Du Maurier y visualizar su próxima película fue todo uno. Más rápido que ligero, volvió al barco e instó, de muy mala manera al capitán, que partieran de inmediato, ya que deseaba comenzar cuanto antes su nuevo proyecto. El resto del viaje, el maestro se informó por la prensa local del incidente del que fue testigo, del que se rescata este fragmento aparecido en El Mercurio de Valparaíso, fechado el 28 de agosto de 1961:
"...Sobre las tres de la madrugada, una lluvia de pájaros se precipitó sobre los tejados de las casas despertando a la población que, asustada por la ofensiva de las gaviotas, salió corriendo de sus viviendas y se defendió con improvisadas antorchas de fuego. Por la mañana, los habitantes de la ciudad se encontraron con las calles cubiertas por los cadáveres de los animales. Las aves, que vomitaron pedazos de pescado -su propia comida-, despedían un hedor insoportable y pestilente..."
El resto es historia. La fallida contratación de Grace Kelly (ella ya no trabajaría más para ese acosador de cuarta) y la fijación de Hitchcock por Tippi Heddren, próxima víctima de los devaneos de Alfred, el tijereteo incesante al libreto de Eva Hunter, la contratación de los extraordinarios Berwick e Iwreks como modeladores de pájaros y el terrible final sugerido del film, son solo algunos elementos citados que darían aún más sabor a Los pájaros.
Lo que le podemos reprochar al maestro del suspenso, los habitantes de esta Fines Terrae, es que haya mentido respecto a los hechos que inspiraron su célebre película, que a estas alturas es de culto. Él le contó a quien quisiera escucharlo, que la idea le había llegado, leyendo un periódico de California, el Santa Cruz Sentinel, quien habría narrado que los hechos presenciados por Hitchcock en Valparaíso, ocurrieron de verdad en la Bahía de Monterrey.
Un país desconocido por gran parte mundo, con un nombre de ají mexicano y que aún no llamaba la atención de nadie, no era una publicidad adecuada para tamaño film.
Te odiamos, Alfred Hitchcock …
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