El año exacto era 1991. Un verano particularmente caluroso, tanto en Rancagua como en Santiago, lugares de mi trabajo y de nacimiento, respectivamente. Del primero, aclaro que sería de estadía corta. Con mi esposa y mi hijo, con apenas un año y meses de nacido, habíamos aceptado una interesante oferta de trabajo, que consistía en ser parte de la consolidación de un colegio que iba en ascenso, en aspectos académicos y de infraestructura. Mis jefes deseaban que sus docentes fueran de vanguardia y me enviaron a la capital a un taller de "Manejo instrumental del idioma", relacionado totalmente con las destrezas necesarias del Prueba de Aptitud Verbal de la época, uno de los requisitos indispensables para todo estudiante en su ingreso al educación superior. Uno de los profesores que dictaba el curso era extraordinario. Me guardaré su nombre, para proteger el anonimato que él mismo nos pidió, ya que nos ofreció un estudio que le habían publicado en un texto de bolsillo. Lo denominó La palabra huevón, texto que analizaba lingüísticamente el popular garabato chileno. Para enmascarar su identidad creó el alias de Cosme Portocarrero.
Devoré el interesante y peculiar estudio en unos pocos días. Pasaron los años y el olvido realizó su trabajo, hasta que en 2014, una profesora del colegio en el que trabajo actualmente, supervisó una monografía de una alumna que trabajó el garabato de marras. Mayor fue mi sorpresa cuando, no solo la alumna obtuvo una A , sino que en su bibliografía se encontraba el texto de don Cosme. Saltamos elípticamente hasta el 2022 y, visitando la Feria del Libro de Huérfanos, me topo con un libro de impactante nombre: La palabra Pico, un estudio inusual acerca de sus usos, abusos y consecuencias. Un tal Indalecio Buenaventura era su autor, que a estas alturas, podría ser un ente ficticio que encubriera, ora una estudiosa (o) ora un equipo, enamorado (s) del lenguaje, dispuestos a elevar la apuesta del señor Portocarrero, hace unos décadas atrás.
No puedo negar que esa coprolalia, si bien, es mencionada por varios millones de chilenos incontables veces al día, aún hoy se esconde como el mal aliento, debido a la reprimenda social que sufriría su articulador si la espetara no observando en qué contexto se encuentra. Lo leí en dos tardes. Me entretuve, me informé y me asombré, recordando el proceso de deconstrucción que, soterradamente al principio, y mas evidente ha comenzado en mi país, del que este texto es una pequeña muestra. El estudio no solo analiza sintáctica y morfológicamente la acepción número 18 del vocablo aparecido en Diccionario de la Real Académica Española, significado exclusivamente único, grande y nuestro. Sino que también hace aportes, tanto diacrónicos, como sincrónicos de la palabra, incluyendo sabrosos episodios anecdóticos, todo ellos con un preciso y florido lenguaje que le da un paradójico tono de seriedad y humor, al mismo tiempo.
Mencioné la deconstrucción que comenzó en Chile hace algunos pocos años atrás y entrego como prueba este estudio publicado y en especial, algunos capítulos, que habrían sido censurados por grupos pudibundos y poderosos otrora y que ahora observan, con estupefacta mirada, lo que ocurre bajo sus barbas. He aquí algunos de ellos: "Los nombres del pico", "Pico pa'l que lea", "Me fue como el pico", "Dirigirse al país", "Correcto uso de la palabra pichula", etc. Cada uno de ellos analizados con una profundidad admirable, rodeado de anécdotas que le dan una sazón inconfundible y una frescura que se agradece.
Luego de lo escrito, ahora me siento un tanto menos culpable, ya que en un partido ocurrido varios años atrás entre Colo Colo y la Universidad Católica y que acabó en empate a un gol, me transformé en una máquina de expeler groserías, toda vez que perjudicaban al equipo de mis amores de manera absoluta por el arbitraje. Mente la madre y toda la parentela del referí a voz en cuello. Mis hijos no atinaban a hacerme callar por la vergüenza que les hacía pasar o reír por la bajo. Terminó el encuentro y abandonamos el Estadio Monumental. Mas, al llegar a casa y ver los análisis de las jugadas por televisión, el colegiado poseía toda la razón en sus cobros y su trabajo fue impecable. Sentí la mirada acusadora de mis hijos y dije: - Señor árbitro, usted es uno de los mejores en su puesto en Chile y su madre es una santa... Dudo que ellos creyeran en la sinceridad de mis palabras, pero ahora invoco a don Indalecio Buenaventura para que me exculpe.
Señor Buenaventura, mis respetos por su ingeniosa y provocativa obra que, espero deconstrucción mediante en progreso, sea material de consulta en todos los colegios en un futuro próximo.
LA PALABRA PICO, un estudio inusual acerca de los usos, abusos y consecuencias.
Indalecio Buenaventura.
Ediciones Bizarras.
Santiago de Chile, 2015.
76 páginas.
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