Se le ha denominado de variadas maneras. El cine lo menciona como flash back y racconto. La psicología como regresión mental. Carpentier fue creativo y la mentó como Viaje a la semilla y otros sesudos literatos con el nombre del Mito del Eterno Retorno. Sea cual sea el caso, mi experiencia de volver a lo original me ha ocurrido de una manera desusada.
Me crie en una familia disfuncional, pero de un
nivel cultural bastante respetable para el entorno, que era el barrio Matadero
Franklin de los ’60 y ’70. Mi padre insistía en que debía educarme bien y
completar mi secundaria, que para mi pandilla de amigos y amigotes era una
empresa casi inalcanzable, ya que debían abandonar sus estudios porque debían
entrar al mundo del trabajo tempranamente, ya sea para aportar al escaso erario
del hogar, sus parejas ocasionales esperaban un hijo o entraban al mundo del
hampa.
Creo que divagué un tanto. Sirva la mención
anterior, para explicar que, si bien recibí una buena educación escolar formal,
mi entorno, del cual yo era parte diaria, no iba a la par. Como hijo casi único
(mi hermana me lleva 13 años más de diferencia), pasaba demasiado tiempo solo.
Ahí es donde entra a nuestra casa el año 1968 una televisión. Los detractores
de la denominada caja estúpida (sentencia ochentera, conste.), han hecho su agosto
analizando cómo ese medio de comunicación idiotizó a varias generaciones y las
condenó a la ramplonería y al conformismo. Mi caso fue distinto.
Como ya dije, fui el niño sesentero y el
adolescente de los setentas, siendo un gran consumidor de programas televisivos
de la época y sirviendo de contexto histórico los últimos años del gobierno de
Frei Montalva, la Unidad Popular de Allende, el golpe de estado de 1973 y la
posterior dictadura cívico-militar de Pinochet (¡Vaya períodos!). Dejando de
lado esos tumultuosos años (tarea casi imposible), vi cuanto programa pasaba
por la TV. Una desmesurada cantidad de animaciones norteamericanas y luego
japonesas, sitcoms refritas gringas que eran repetidas hasta el hartazgo y
películas al por mayor. Un día, y estando en primer año de la universidad,
acompañé a unos compañeros a un concierto de cámara en la Santa María de
Valparaíso, sin saber en lo que me estaba metiendo. Mayor fue mi asombro
cuando, avanzado el espectáculo, la mayoría de las melodías las había escuchado
y las tarareaba por lo bajo e inocentemente. Mis amigos, muy complacidos, me
alabaron mi cultura musical. Reconozco que, en ese momento, me dio vergüenza
reconocer que las había escuchado en cortos animados en mi infancia y que no
sabía el nombre de cada una. Ni pensar en sus autores.
Y así comenzó. Películas de cine arte y de
culto, usaban como soundtrack música reconocida por mí, pero que había escuchado
previamente en los Loony Tunes, el Show del Pájaro Loco, Cortos de Disney, etc.
Solo a modo de ejemplos la filmografía de Kubrick (2001 Una odisea espacial, La naranja mecánica) que reclutó, entre
otros, a J. Straus, R. Straus, L.W. Beethoven. O a Coppola (La saga de El Padrino y Apocalipsis now) que realizó lo mismo con Wagner y Nino Rota,
siendo inmortales piezas musicales de arte que habían llegado a mi por medio de la
cultura pop de la televisión. Mención aparte merece la película Fantasía de Disney. Mis padres me
llevaron a verla cuando tenía 8 o 9 años. Como niño de esa época, me
interesaron las escenas en donde aparecían dinosaurios (¡obvio!), para luego
dormirme gran parte de esa joya y despertar en el momento en que aparecía el
mismísimo diablo en la secuencia musicalizada por Mussorgsky. Esta pieza artística de
la animación paso por mi como una lágrima en una noche de lluvia intensa.
Son misteriosos los caminos que toma el
conocimiento significativo para llegar a algún buen puerto. Agradezco, de todo corazón, esas largas
horas que me senté frente al televisor, siendo un niño y presencié toneladas de
cultura pop, que en esa época y hace no pocas décadas atrás, mi entorno
más próximo creyó que fueron una vulgar e inútil pérdida de tiempo. ¡Qué
equivocación supina! Infinitas gracias a Chuck Jones, Friz Freleng, Walter Lantz, Hanna y Barbera, Tex Avery, Tatsuo Yoshida, Osamu Tezuka, el equipo creativo de Disney de los ‘30 a los ’60 y varios
maestros que se me escapan, no solo por alegrar mi niñez, sino por legarme
melodías inmortales de clásicos musicales de todos los tiempos y de manera tan divertida e inesperada.
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