Nimda An Dor era una joven originaria de la raza
Ashtar, seres que se comunicaban canalizándose con el prójimo. Era parte
integrante de la tripulación y una de las aspirantes adelantadas. El líder de
su destacamento reunió a sus discípulos y les impartió sus misiones por los
próximos 2.000.000 cronos (en tiempo de Planck), similar a un mes terrestre.
Nimda y sus compañeros debían permanecer ese tiempo empapándose de la realidad,
circunstancias y reacciones del primate macho de la especie dominante del
planeta tierra y entregar su monografía para cerrar su largo periplo académico.
Cada tripulante se ubicó en los cubículos de teletransportación. Recibieron su
destino, locación y nueva identidad directamente en uno de sus cinco troncos
encefálicos, junto a la que sería su novedosa estructura humanoide. Así, Nimda
llegó a Santiago de Chile, siendo su radio de acción el denominado Barrio
Cívico de la urbe. Su nueva estampa se caracterizaba por poseer un metro
sesenta, piel canela, pelo azabache que caía sensualmente por sus hombros, ojos
negros almendrados, un coqueto lunar bajo la barbilla y todo ello
acompañado de una curvilínea figura. Su alias o chapa, María José.
El programa de la Federación de Planetas se
caracterizaba por ser uno de los mejores y más ordenados de las galaxias
conocidas. El objetivo era que sus cadetes experimentaran situaciones reales
desde una vivencia educativa integral. El propósito asignado a María José era
interactuar con el habitante varón de las capas sociales medias de esa capital
para, posteriormente, exponer sus conclusiones a los líderes. Se le asignó un
pequeño departamento colindante con el casco histórico de aquella metrópolis y
una ocupación de garzona premium en un "café con piernas" ubicado en
la calle Moneda, a pocos pasos de la Avenida San Antonio. El local se llamaba
"El Barón Rojo", haciendo una alusión cuasi erótica al piloto de caza
Manfred Von Richthofen, héroe alemán de la Primera Guerra Mundial, quien
derribó a más de 88 aviones enemigos, con su amado biplano Albatros, cuya
característica distintiva era su color escarlata. María José se enteró, por
medio de un extenso dossier llegado a su cerebelo recientemente que su rol
sería encarnar a una atractiva joven que reproduciría el estereotipo de mujer
alegre, sumisa, servicial, doméstica y que se encuentra dispuesta a escuchar al
prójimo a todo evento. El primer día de trabajo la recibió Miguel Ángel Morales,
dueño del negocio y creador intelectual del "minuto feliz", que se
estrenó el año 1994 y consistía en que las mozas exhibieran, durante 60
segundos y una sola vez al día, sus turgentes senos desnudos a los encantados
parroquianos, cuya suerte los ubicaba en el lugar y momento oportuno. El
mandamás al ver a la pequeña beldad, ordenó que, junto al provocativo uniforme,
le asignaran unos bellos zapatos de estilo glam y con altísimos tacones, para
optimizar su diminuto, pero encantador porte.
Su primer día de trabajo fue el puntapié inicial de
un mes que la moza deseó olvidar para siempre. Llamó su atención los vidrios
polarizados de las puertas de entrada al recinto. Algunos años antes, el ex -
alcalde de la comuna, Jaime Ravinet, obligó a estos lugares a encubrir sus
puertas, otrora transparentes, por púdicos diseños que impedían a mirones, en
especial a menores de edad, a fisgonear a las mujeres que vestían con lencería
fina en el interior. María José entró al camerino del café y pidió asesoría a
otras sirenas de cómo maquillar su bello rostro. Se enfundó el diminuto atuendo
que ocultaba solo lo esencial y que dejaba al descubierto todo lo demás.
Aquello le hizo gracia, ya que no experimentó la inicial vergüenza de las
primerizas. Más bien, sintió comodidad, ya que el traje oficial de la
Federación pecaba de incómodo. Solo el calzado le molestaba al caminar. Inició
su turno que cubría de lunes a viernes desde las dos de la tarde hasta las
nueve de la noche. La primera semana los clientes que se le acercaban eran
variopintos. Unos solicitaban el expreso, el cortado o el capuchino de manera
cortés, pero con una timidez galopante. Otros se hacían los cancheros y
trataban con una fingida seguridad a las jóvenes, aunque sabían que la
procesión vacilante iba por dentro. Los menos, intentaban una insulsa
conversación que apenas podían sostener, ya que sus ojos se les desviaban hacia
las sinuosas curvas y generosa anatomía de las ninfas. Las propinas oscilaban
entre unas méndigas monedas, pasando por billetes de números bajos, hasta los
clientes encantados que dejaban suculentas cantidades de dinero. En medio de
esa primigenia semana María José fue testigo de intempestivas visitas por parte
de funcionarios de la Inspección del Trabajo y Policías, respectivamente,
quienes multaban a los locatarios por absurdas razones, que escondían una
presión de grupos ultraconservadores que mentaban de inmorales e indecorosos
estos lugares, intentando recrear una caza de brujas. Más, todo esto lo zanjó
Joaquín Lavín, alcalde en ejercicio de la época, que dictaminó una ordenanza
que incluía solo horarios diurnos de funcionamiento, prohibición de venta de
bebidas alcohólicas y la nula posibilidad de ejercer la prostitución por parte
de las bellas. Los conservadores asintieron las medidas de su correligionario.
Que esos lupanares se encerraran en sí mismos y se condenaran solos,
argumentaban. Ni el más pintado sospecharía que en el 2005, el mismo alcalde, ya
en campaña presidencial, se fotografiaría con un ramillete de sensuales
garzonas del lugar y estamparía su firma en uno de los muslos de una de ellas,
olvidando de una plumada sus convicciones, con el objetivo de lograr votos
esquivos.
La segunda y tercera semana María José fue objeto
de numerosas insinuaciones e invitaciones directas por algunos parroquianos que
se fueron acostumbrando a su presencia arrolladora. Inventaban rupturas
amorosas con sus parejas o se erigían como prósperos emprendedores para conseguir
el favor de ella, cuando a todas luces eran ídolos con pies de barro. La
invitaban a salir de noche, pero se saltaban el galanteo previo. Intentaban
tocaciones indebidas, que eran rápidamente detenidas por personal de seguridad
del café. Incluso le ofrecieron dinero por sus servicios sexuales. Esto último
le pareció insólito e impráctico. Cada sábado, ella realizaba un estado de
avance de sus investigaciones y experiencias a sus superiores por medio de una
avanzada red neuronal que la conectaban con su comandante por impulsos de
energía cerebral. El análisis era obvio. En ese lugar de dominio varonil
predominaban en estos simios la chapucería, la simulación y la ignorancia
arrogante. María José enfrentó sus últimos siete días de pasantía en la tierra
con un sentimiento que jamás había experimentado, la desilusión. Atendió a toda
su clientela que ya había aumentado en gran número con la simpatía y diligencia
acostumbrada, sin embargo, internamente el desencanto y rechazo por aquellos
terrícolas falsarios se encontraban enquistados en sus quinientos mil millones
de neuronas. Ese domingo en su departamento esperó la teletransportación a la
nave madre, en donde debía comparecer ante la comisión que evaluaría su
monografía. La bella sabía que en ese trabajo intelectual omitiría una parte
que, de saberlo, esos bravucones habrían repensado respecto a sus fallidas y
torpes artimañas seductoras. Si alguno de ellos se hubiera acercado a Nimda An
Dor siendo él mismo, demostrando un corazón verdadero y destacando por ser
empático, habría logrado la fidelidad absoluta de ella y recibido el amor pleno
e integral, en especial el físico, ya que las Ashtar son reconocidas como las
mejores amantes en la mayoría de las galaxias gobernadas por la
Federación.
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