sábado, 24 de agosto de 2024

María José no les cree a los hombres del planeta tierra.

                 For here am I sitting in a tin can
                 Far above the world
                 Planet Earth is blue
                 and there's nothing I can do...
                                  (Space Oddity, David Bowie)                                 

      A comienzos del siglo XXI, específicamente en el año 2002 (según registros temporales terrestres), una colosal nave proveniente de la constelación Deacus, cuya estrella principal es Kepler - 90, se detuvo a escasa distancia de nuestro mundo. Era uno de los miles de vehículos interestelares que viajaban por el espacio conocido y que la precaria tecnología humana no podía detectar. La Federación de Planetas Unidos hacía eones que visitaba distintas estrellas. El armatoste que se ubicó a una distancia prudente del globo terráqueo azul poseía como objetivo principal el enviar a nóveles tripulantes a estos alejados lugares para realizar estudios de campo muy específicos.

 

Nimda An Dor era una joven originaria de la raza Ashtar, seres que se comunicaban canalizándose con el prójimo. Era parte integrante de la tripulación y una de las aspirantes adelantadas. El líder de su destacamento reunió a sus discípulos y les impartió sus misiones por los próximos 2.000.000 cronos (en tiempo de Planck), similar a un mes terrestre. Nimda y sus compañeros debían permanecer ese tiempo empapándose de la realidad, circunstancias y reacciones del primate macho de la especie dominante del planeta tierra y entregar su monografía para cerrar su largo periplo académico. Cada tripulante se ubicó en los cubículos de teletransportación. Recibieron su destino, locación y nueva identidad directamente en uno de sus cinco troncos encefálicos, junto a la que sería su novedosa estructura humanoide. Así, Nimda llegó a Santiago de Chile, siendo su radio de acción el denominado Barrio Cívico de la urbe. Su nueva estampa se caracterizaba por poseer un metro sesenta, piel canela, pelo azabache que caía sensualmente por sus hombros, ojos negros almendrados, un coqueto lunar bajo la barbilla y todo ello acompañado de una curvilínea figura. Su alias o chapa, María José.

 

El programa de la Federación de Planetas se caracterizaba por ser uno de los mejores y más ordenados de las galaxias conocidas. El objetivo era que sus cadetes experimentaran situaciones reales desde una vivencia educativa integral. El propósito asignado a María José era interactuar con el habitante varón de las capas sociales medias de esa capital para, posteriormente, exponer sus conclusiones a los líderes. Se le asignó un pequeño departamento colindante con el casco histórico de aquella metrópolis y una ocupación de garzona premium en un "café con piernas" ubicado en la calle Moneda, a pocos pasos de la Avenida San Antonio. El local se llamaba "El Barón Rojo", haciendo una alusión cuasi erótica al piloto de caza Manfred Von Richthofen, héroe alemán de la Primera Guerra Mundial, quien derribó a más de 88 aviones enemigos, con su amado biplano Albatros, cuya característica distintiva era su color escarlata. María José se enteró, por medio de un extenso dossier llegado a su cerebelo recientemente que su rol sería encarnar a una atractiva joven que reproduciría el estereotipo de mujer alegre, sumisa, servicial, doméstica y que se encuentra dispuesta a escuchar al prójimo a todo evento. El primer día de trabajo la recibió Miguel Ángel Morales, dueño del negocio y creador intelectual del "minuto feliz", que se estrenó el año 1994 y consistía en que las mozas exhibieran, durante 60 segundos y una sola vez al día, sus turgentes senos desnudos a los encantados parroquianos, cuya suerte los ubicaba en el lugar y momento oportuno. El mandamás al ver a la pequeña beldad, ordenó que, junto al provocativo uniforme, le asignaran unos bellos zapatos de estilo glam y con altísimos tacones, para optimizar su diminuto, pero encantador porte.

 

Su primer día de trabajo fue el puntapié inicial de un mes que la moza deseó olvidar para siempre. Llamó su atención los vidrios polarizados de las puertas de entrada al recinto. Algunos años antes, el ex - alcalde de la comuna, Jaime Ravinet, obligó a estos lugares a encubrir sus puertas, otrora transparentes, por púdicos diseños que impedían a mirones, en especial a menores de edad, a fisgonear a las mujeres que vestían con lencería fina en el interior. María José entró al camerino del café y pidió asesoría a otras sirenas de cómo maquillar su bello rostro. Se enfundó el diminuto atuendo que ocultaba solo lo esencial y que dejaba al descubierto todo lo demás. Aquello le hizo gracia, ya que no experimentó la inicial vergüenza de las primerizas. Más bien, sintió comodidad, ya que el traje oficial de la Federación pecaba de incómodo. Solo el calzado le molestaba al caminar. Inició su turno que cubría de lunes a viernes desde las dos de la tarde hasta las nueve de la noche. La primera semana los clientes que se le acercaban eran variopintos. Unos solicitaban el expreso, el cortado o el capuchino de manera cortés, pero con una timidez galopante. Otros se hacían los cancheros y trataban con una fingida seguridad a las jóvenes, aunque sabían que la procesión vacilante iba por dentro. Los menos, intentaban una insulsa conversación que apenas podían sostener, ya que sus ojos se les desviaban hacia las sinuosas curvas y generosa anatomía de las ninfas. Las propinas oscilaban entre unas méndigas monedas, pasando por billetes de números bajos, hasta los clientes encantados que dejaban suculentas cantidades de dinero. En medio de esa primigenia semana María José fue testigo de intempestivas visitas por parte de funcionarios de la Inspección del Trabajo y Policías, respectivamente, quienes multaban a los locatarios por absurdas razones, que escondían una presión de grupos ultraconservadores que mentaban de inmorales e indecorosos estos lugares, intentando recrear una caza de brujas. Más, todo esto lo zanjó Joaquín Lavín, alcalde en ejercicio de la época, que dictaminó una ordenanza que incluía solo horarios diurnos de funcionamiento, prohibición de venta de bebidas alcohólicas y la nula posibilidad de ejercer la prostitución por parte de las bellas. Los conservadores asintieron las medidas de su correligionario. Que esos lupanares se encerraran en sí mismos y se condenaran solos, argumentaban. Ni el más pintado sospecharía que en el 2005, el mismo alcalde, ya en campaña presidencial, se fotografiaría con un ramillete de sensuales garzonas del lugar y estamparía su firma en uno de los muslos de una de ellas, olvidando de una plumada sus convicciones, con el objetivo de lograr votos esquivos.

 

La segunda y tercera semana María José fue objeto de numerosas insinuaciones e invitaciones directas por algunos parroquianos que se fueron acostumbrando a su presencia arrolladora. Inventaban rupturas amorosas con sus parejas o se erigían como prósperos emprendedores para conseguir el favor de ella, cuando a todas luces eran ídolos con pies de barro. La invitaban a salir de noche, pero se saltaban el galanteo previo. Intentaban tocaciones indebidas, que eran rápidamente detenidas por personal de seguridad del café. Incluso le ofrecieron dinero por sus servicios sexuales. Esto último le pareció insólito e impráctico. Cada sábado, ella realizaba un estado de avance de sus investigaciones y experiencias a sus superiores por medio de una avanzada red neuronal que la conectaban con su comandante por impulsos de energía cerebral. El análisis era obvio. En ese lugar de dominio varonil predominaban en estos simios la chapucería, la simulación y la ignorancia arrogante. María José enfrentó sus últimos siete días de pasantía en la tierra con un sentimiento que jamás había experimentado, la desilusión. Atendió a toda su clientela que ya había aumentado en gran número con la simpatía y diligencia acostumbrada, sin embargo, internamente el desencanto y rechazo por aquellos terrícolas falsarios se encontraban enquistados en sus quinientos mil millones de neuronas. Ese domingo en su departamento esperó la teletransportación a la nave madre, en donde debía comparecer ante la comisión que evaluaría su monografía. La bella sabía que en ese trabajo intelectual omitiría una parte que, de saberlo, esos bravucones habrían repensado respecto a sus fallidas y torpes artimañas seductoras. Si alguno de ellos se hubiera acercado a Nimda An Dor siendo él mismo, demostrando un corazón verdadero y destacando por ser empático, habría logrado la fidelidad absoluta de ella y recibido el amor pleno e integral, en especial el físico, ya que las Ashtar son reconocidas como las mejores amantes en la mayoría de las galaxias gobernadas por la Federación.

 

                                                   FIN                               

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