El teaser solo duró 30 segundos. Ya todo el país
esperaba ver esta última entrega, como también millones de personas en el
mundo, relacionadas directa, indirecta o tangencialmente con el mundo del cine,
debido al revuelo causado. Ubicaron a Godzilla en el barrio cívico de la
capital. El descomunal lagarto ingresó por el Paseo Bulnes, emitiendo ruidos
ensordecedores y dirigió sus enormes pasos hacia el Palacio de la Moneda, la
construcción más significativa de la república y sede del poder ejecutivo. Se
ubicó en el frontis del señero edificio y en ese momento sus placas dorsales
comenzaron a brillar desde la punta de su larguísima cola hasta llegar a su
garganta. Acto seguido, un devastador rayo nuclear azulado salió expelido de
sus fauces y dio de pleno en ese histórico edificio, incendiándolo por completo
y luego de unos segundos se consumió, derrumbándolo estrepitosamente y levantando una nube inmensa de humo.
Esta vez, las autoridades fueron acorraladas por los
progresistas y la izquierda unida. La altísima inconveniencia de retrotraer el
tiempo y recordar aquel 11 de septiembre de 1973 cuando el Palacio de La Moneda
fue bombardeado e incendiado por aviones de la Fuerza Aérea de Chile, iniciando
el golpe de estado, hecho histórico que aún divide a sus habitantes y recreándolo en una película de Ciencia Ficción les pareció de un mal gusto de
marca mayor. Miles de personas se agolparon en el hotel que alojaba a los
cineastas, pidiendo su expulsión. Los parlamentarios citaron a una reunión
extraordinaria para tratar el caso. Los partidos políticos de todos los
colores, una vez finalizada la sesión, decidieron deportar a Takashi Yamazaki y
su equipo y declararlos personas non gratas. El presidente de la nación, con el agua que ya
rozaba su cuello, firmó el decreto de expulsión y ordenó al Servicio Nacional
de Migraciones la misión administrativa y logística de la acción. Todo lo
anterior transmitido a todo el mundo por todas las vías de medios de
comunicación masivos interesados en este singular espectáculo. Takeshi y su gente salieron escoltados del hotel, bajo una numerosa comitiva policial de automóviles y
motocicletas con destino al aeropuerto. Una vez en el avión, el cineasta
sonreía pletórico. Había triunfado por todo lo alto, emulando a su mentor Orson
Welles. Lo recibirían en su país como un verdadero ganador y su fama se
multiplicaría por mil.
Dejaba tras sí a este pequeño país, que pese a que llevaba más de trescientos años de formación y doscientos de vida institucional, aún se conservaba crédulo, inocente, susceptible y sin siquiera percatarse de ello, nuevamente hacía el ridículo a la vista de la comunidad internacional.
FIN
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