Un emblema proteico
En un comienzo la alba camiseta carecía de escudo identitario. Bastaban los colores blanco y negro, muy acordes con el sueño de aquellos docentes idealistas. Empero, la imperiosa necesidad de picar alto en todos los sentidos positivos de la vida llevó a este puñado de soñadores a incursionar en el campo internacional. Luego de los primeros juegos se percatan que otros equipos americanos y europeos portan significativos escudos en sus camisetas. No se diga más. Los ritos y símbolos son capitales en toda institución que desea trascender más allá de sus propias limitaciones.
No hay una sola opinión respecto al creador del escudo. Más bien, se cierne un manto de dudas del creador de la primera insignia. Se menciona a David Arellano como el autor, otros a Quiñones y un largo etcétera que no se dilucidará jamás. El primer distintivo era de una simpleza inocente. El fondo era azul y el nombre del cacique sabio aparece en letras blancas con una cinta roja alrededor. Luego de algunas breves modificaciones se tuvo que aguardar hasta 1950 para que se le encomendara al caricaturista Jorge Silva el diseño del cacique Colo Colo en el escudo, el que, salvo modificaciones leves, se mantiene hasta nuestros días.
A modo de cierre, se hace necesario contextualizar el momento histórico nacional que rodeó la fundación del club deportivo. Chile, en esa época, vivía tiempos especiales. Se forma el Banco Central y se redacta la Constitución de 1925 que durará hasta el quiebre de nuestra democracia en 1973. El país se debatía en la pobreza, el analfabetismo y la ruralidad, siendo su terrible impronta los miles de niños descalzos que deambulaban por las ciudades. Comenzaba, tímidamente, a surgir la clase media. Es el pobre que se educa y se esfuerza por progresar. Los hermanos Arellano y sus cofrades forman parte activa de aquello y, como docentes librepensadores, no solo fundaron un club deportivo. Crean un proyecto educativo laico, pluralista y chileno. No se desprecie el hecho que el gobierno de la época financia los viajes del equipo, no como una mera entretención de masas, sino como embajadores de la cultura y los valores nacionales.
FIN
(*) Dedico este seudo cuento - crónica y homenaje a mi padre, colocolino a perpetuidad, quien recibió del presidente del club en una ceremonia en el teatro Caupolicán, una medalla al hincha más antiguo de la institución en los noventas y que, junto a sus restos, descansa una alba bandera del eterno campeón y jamás se enteró de la impronta masónica en el club de sus amores.
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