La troup de Takeshi arribó al aeropuerto Comodoro Arturo Merino Benítez de Santiago de Chile el lunes primero de abril. Previamente, el cineasta realizó magia con el escualido presupuesto, ya que no solo confeccionaron ocho brillantes y espectaculares teaser del mockumentary que denominaron Godzilla Destroyer (Gojiradesutoroiya), (título que, según sus propios sondeos, les pareció altisonante y a prueba del entendimiento de cualesquiera hispano hablante que no dominara el idioma británico), sino que también, los morlacos les habían alcanzado para una agresiva campaña publicitaria en Japón y en Chile, en donde asentaban que el radioactivo dinosaurio realizaría estragos al por mayor en la principal urbe del austral país. La suerte ya estaba echada y Takeshi se la jugaría hasta las últimas consecuencias. El primer efecto del accionar de la maquinaria nipona fue una multitudinaria conferencia de prensa en el salón VIP del aeropuerto. Una gran masa de otakus desbordaron las dependencias del terminal aéreo y amenazaron a guardias y personal de seguridad, si el cineasta y su equipo, a lo menos, realizaran una aparición siquiera fugaz para inmortalizarlos en sus cámaras de celulares. En el trayecto del aeródromo al hotel la limosina que llevaba a los orientales estuvo a punto de colisionar, porque los fanáticos los acosaron durante gran parte de la travesía. Medios de comunicación locales y algunos extranjeros, cubrieron el apoteósico arribo. Takeshi sonrió satisfactoriamente. El elaborado plan ya les entregaba los primeros réditos.
La segunda parte de este periplo del engaño sofisticado consistió en visitar a cuanto medio de comunicación masivo de Chile los invitara. En canales de televisión, radios y podcast de altísimo rating cacarearon a los cuatro vientos que la Película Godzilla Destroyer sería la versión definitiva del monstruo y marcaría toda una época y nada menos que usando Santiago como locación. Se venía la fase decisiva del proyecto. Se liberaron cuatro teaser por la mayoría de las plataformas virtuales y un expectante publico nacional visionó como el lagarto hiperdesarrollado destruía violentamente el Paseo Ahumada, arrasando a las edificaciones más señeras del lugar con sus temibles mandíbulas y garras. Con su aliento atómico gravitacional hizo desaparecer en una gran explosión una tercera parte del cerro Santa Lucía. Con un potente rayo espiral aniquiló de una plumada el Estadio Nacional. Finalmente se posó en la torre del Costanera Center, la edificación más alta de Sudamérica, causándole gran daño. Esta imagen de Godzilla encaramado y abrazando esa monumental construcción sería el ícono que recorrería el orbe. Las reacciones no se hicieron esperar. Los otakus chilensis levitaban y se les entornaban los ojos a blanco con las secuencias liberadas en las redes sociales, mientras que los dueños de locales comerciales en donde el gigantesco ser arrasó, causando estropicio total, se sobaban las manos, debido a la gran afluencia de público que se agolpó en esas locaciones.
Sin embargo, una montonera de vehículos fueron detectados abandonando la urbe, asustados por la presencia de tamaño ser. Otros, de tendencias conservadoras y con poder económico y comunicacional declaraban en televisión el inconveniente para el turismo, ya que una ciudad amenazada virtualmente les estropearía el negocio. Los objetivos del plan cumplía con creces la fase en curso. Takeshi apuró la continuación de lo planeado. Se liberarían tres teaser esta vez. Los santiaguinos observaron con estupor a Godzilla y Rodán en combate y arrasando con sus violentos movimientos los modernos edificios del sector financiero exclusivo, denominado Sanhattan (Santiago + Manhattan). Un segundo colosal encuentro entre el dinosaurio radioactivo y Gamera dejó un cráter de dimensiones monumentales, donde se encontraba previamente el Parque Forestal (una copia pequeña de los jardines parisinos). Empero, Takeshi subió a internet el penúltimo teaser, con el explícito objetivo de rizar el rizo. Godzilla, esta vez acompañado de Motra acababan con la Plaza de Armas, sirviéndose como plato principal la Catedral de Santiago, derrumbándola con gran estrépito. La temperatura de varios chilenos subió a los cuarenta grados. Grupos religiosos conservadores y de ideología derechista salieron a las calles a protestar airadamente, a los que sumaron otros grupos espirituales de otras opciones, realizando causa común. Sus líderes realizaban llamados a las autoridades a tomar cartas en el asunto por el agravio. Los gobernantes de turno llamaron a la calma a la población, indicando que lo acontecido era solo una invención cinematográfica. Aún así, la efervescencia crecía peligrosamente. Un grupo de Otakus fueron salvajemente golpeados en la calle por pandillas de neonazis y los inmigrantes y escasos turistas que poseían rasgos asiáticos, temiendo por sus vidas, prefirieron encerrarse en sus casas y hoteles. La televisión nacional cubría todo aquello, con el morbo acostumbrado y el resto del mundo observaba con asombro este espectáculo en vivo que se ofrecía en esta Finis Terrae. Takeshi preparaba su última jugada del plan maestro y liberaría su último teaser que, a propósito, lo guardaba como gran final.
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