Talca, Docencia y Londres.
Londres, la capital del Imperio Británico. La
de la monarquía parlamentaria. Esa mixtura política que funciona como un reloj
bien temperado desde hace siglos y que le da una identidad. en donde confluyen
el respeto hacia el otro como norma de vida, la civilidad aplicada en su diario
vivir y el multiculturalismo. Londres, nuestra segunda visita a esta capital
primermundista se realiza con todos los protocolos que los nuestros bisoños alumnos
lo requieren.
El miércoles pasado, los muchachos y muchachas
asistieron a sus clases mañaneras y, por la tarde, sudaron “la gota gorda” con
las actividades outdoor, que esta vez incluyeron escalada, tombo, esgrima y
piscina recreativa. Al día siguiente, la capital del imperio británico nos
esperaba. La primera estación, el impresionante London Eye. Una gigantesca
rueda que gira sobre su eje y que contiene cómodas cabinas en donde se puede
observar gran parte de Londres desde una privilegiada y aérea vista. El río
Támesis y su tráfico fluvial es la conexión visual con los emblemáticos lugares
que conoceremos a la brevedad. Nos trasladamos por un puente, no sin antes
advertir que a vista y paciencia del transeúnte, varios personajes han montado
un tinglado de un juego de supuesto azar, que en Chile lo conocemos con el
curioso apelativo de “Pepito paga doble”. Se viene a la mente el refrán popular
que amerita la situación: “en todas partes se cuecen habas”.
La segunda estación del recorrido nos llevó al
Parlamento y el eterno Big Ben. Corrimos con suerte y el carillón nos da el
toque británico, ya que su melodía brota parsimoniosamente. Al costado de esta
postal mundial nos topamos con otro emblema, la Abadía de Westminster, aquella
que entronizó a gran parte de la realeza inglesa y unió en santo matrimonio a
varias parejas de reyes, príncipes e infantas, aunque algunos de estos
personajes que usaron la pompa para casarse, invocaron la incompatibilidad para
incumplir la palabra empeñada. El tercer paradero era un imperdible. Recorrido
por los amplios jardines de St. Jame’s Park, caminata por la Vereda del Jubileo
y cita con el epicentro de la Monarquía Británica, el Palacio de Buckingham. Si
bien, ni Isabel, ni Carlos, ni William se dignaron a abrirnos las puertas
(ellos se lo pierden) observamos con condescendencia esa añosa estructura y nos retratamos, para
enviar por el wasapp las fotos a algún chambelán, no sin antes advertir que si
van a Chile si serán recibidos como reyes (porque parecen que lo son).
Nuestros pasos nos encaminaron a Trafalgar
Square y al monumento al Almirante Nelson, insigne marino que derrotó a la no
tan Invencible Armada española. Finalmente, nos fuimos de schopping a Coven Garden,
tal vez los adultos esperando secretamente encontrarnos con Eliza Doolittle (la florista de
My fair lady, la clásica película basada en la obra Pigmalión de G.B. Shaw). Es un exquisito lugar para “vitrinear”, degustar
la cocina local y empaparse de la variopinta vida londinense. Llega la hora del
retorno, no sin antes percibir que Londres permanecerá para siempre en un
rinconcito oculto de nuestra mente, esperando el momento de asomar en cuanto
volvamos la vista atrás y recordemos de manera laudatoria nuestro pasado.
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