viernes, 14 de junio de 2024

Las condenadas del Café Taj Mahal (I parte)


- Calzas a la perfección con el perfil que buscamos para este café. 

Wanda escuchó estas palabras con un alivio conmovedor. Había llegado desde Caracas a Santiago de Chile hacía ya tres años, dejando encargado a su único hijo con su abuela. Sus escasos trabajos pecaban de una mediocridad monótona. Aseadora en un edificio maloliente en Recoleta, garzona de un añoso y derruido restaurante de Gran Avenida y vendedora en una tienda del retail en el casco histórico de la capital. Este último laburo, hasta ese momento era el peor, ya que los compañeros de trabajo hacían de la traición su lema de vida y sus jefes abusaban de su poder jerárquico. Le habían comentado que el Taj Mahal se encontraba en la cima de la montaña de los  cafés con piernas de aquella urbe y que las ganancias en dinero inmediato eran inusitadas. Ya se había mirado al espejo de su habitación y este le replicaba una y otra vez la hermosa caribeña que ya robaba miradas en su tierra natal años antes.

Cada ninfa asumía su papel preestablecido. Las vestían con unos modelos que se enfundaban a sus cuerpos como si fueran su segunda piel y que apenas les cubrían sus esculturales curvas. Unas horas antes, y en sus departamentos, dedicaban casi tres horas a una sesión de seductora estampa que incluía extensiones de cabelleras, uñas acrílicas y un maquillaje facial tan perfecto, que parecía una obra de orfebres de la cosmética. A las dos semanas Wanda se encontraba absolutamente interiorizada del modus operandi de su nuevo empleo. Fue en ese momento que comenzaron sus pesadillas nocturnas que, en un comienzo, eran un pequeña piedra en su zapato. Ya en el café detectó que sus emociones y pensamientos debían esconderlos muy dentro de ella, porque siempre debía atender, sonreír y coquetear moderadamente a los parroquianos. Estos oscuros hombres que arribaban al café inesperadamente, eran tazados por las mozas y clasificados internamente.  

Existían los peces gordos. Aquellos que dejaban suculentas propinas por cada atención prestada y que, lamentablemente, eran los escasos. Los habituales aparecían casi todos los días de la semana y aunque sus bonificaciones eran mesuradas, eran apreciados, porque a fin de mes lo recaudado era más que interesante. Los esporádicos se manifestaban muy de tarde en tarde en el lugar y sus ñapas las mozas las mentaban como frugales. Los tacaños aparecían de últimos en esta singular lista. Consumían y abandonaban el recinto más con pena que con gloria, debido a que no dejaban ningún maldito peso en sus mesas. Se ganaban el total desprecio de la muchachada, deseándoles solo un pasaje sin retorno. Wanda se sentía un tanto cerca de algo similar a la antesala del paraíso, debido a que por fin encontraba un lugar que le entregaba cierta estabilidad. No imaginaba que le deparaba un futuro de dulce, para caer luego en el agraz.

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