Desde el primer día Wanda percibió que este local distaba bastante de las prácticas de los anteriores. El ambiente exudaba provocación constante. Las mozas se atrevían a lucir sus eróticos uniformes de manera desenfadada y los clientes que consumían a lo grande eran disputados por las niñas en fratricidas combates y utilizando armas seductoras muy variadas. En sus pesadillas comenzó a reiterarse la difusa imagen de un pequeño frasco de plástico cilíndrico. Desplegó su encanto, el que le había reportado singulares triunfos en los anteriores recintos. Fue insuficiente. Las endiabladas garzonas eran tan diestras en el arte de la atracción sexual sin compromisos carnales posteriores, que daba la impresión que le llevaban décadas de ventaja. Es más, enemistaban a los clientes más incautos indisponiéndolos con la competencia. Lilith, la abeja reina de ese panal con aroma a expreso y cuya estadía en el lugar se perdía en la memoria de los regentes, reinaba de manera despótica. 1.75 de estatura, de piel de alabastro, turgentes senos, pronunciadas curvas y un rostro bellamente huidizo, acaparaba grandes cantidades de propinas y hacía de la amenaza su herramienta más eficaz. Para Wanda significaba el enemigo a derrotar. Y con una bélica y decisiva acción debía ganar a lo grande.
miércoles, 19 de junio de 2024
Las condenadas del Café Taj Mahal (II parte)
Cuando Wanda fue reclutada en el café Taj Mahal se enteró que era un próspero negocio de los hermanos Mora. El imperio en su momento de mayor gloria, contaba de siete locales con excelentes ubicaciones en Santiago. Desavenencias propias de estos comercios basados en la explotación vergonzante de las sirenas y el afán desmedido de lucro acabaron por romper la unión familiar. En la actualidad permanecían tres recintos. Los defenestrados sucumbieron debido a que los Mora que administraban esos cementerios vivientes eran reconocidos por excederse en sus arrebatos violentos, una procrastinación insoportable, desear lo ajeno y jamás reconocer error alguno. Sobrevivían tres sitios regentados por Ramón, Adamu y Macabeo, quienes gestionaban con férrea disciplina, convirtiendo a sus emprendimientos, al contrario de sus otros hermanos, en el paradigma a seguir.
Wanda ingresó primeramente al Taj Mahal de la calle Morandé. Brilló de entrada. Los clientes rápidamente la ungieron como favorita, debido a su notoria belleza y su trato personalizado. Mas, las miserables propinas dadas por la mayoría de los clientes la desanimó. Sus sueños nocturnos ya le parecían cada vez más preocupantes. Amó a los hermanos Mora, cuando la subieron de nivel y la trasladaron al café del Paseo Estado, que se ubicaba frente al edificio de unos tribunales. Nuevamente arrasó con su personalidad magnética y su coquetería caribeña. Sonrío para sus adentros cuando descubrió que ese lugar era denominado el Café de los Cerdos, ya que la mayoría de los clientes eran obesos, incluso algunos derechamente mórbidos. Lo que no era ningún obstáculo para que estos singulares seres desembolsaran suculentas propinas. Podía vivir sin sobresaltos con lo recaudado por las preciadas propinas, ya que su sueldo en todos los locales, era el mínimo. No extrañó a nadie que fuera promovida al Taj Mahal de la calle Agustinas. Sus compañeras de ruta le advirtieron que, si bien, las ganancias sobrepasaban el millón de pesos al mes. La lucha por conseguir ese monto era encarnizada y las bellas de ese lugar darían batalla sin cuartel a cualquiera advenediza recién llegada.
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