Las asiladas del Taj Mahal se aprestaron a tomar palco para el encuentro que prometía ser épico. Wanda, la recién llegada, la novel asomada, decidía enfrentar a la poderosa y nunca derrotada Lilith. En un comienzo los primeros fuegos se circunscribieron a aviesas miradas que se cruzaban en los vestidores y topones leves cuando sus pasos se cruzaban en los pasillos del recinto. Prosiguió con una serie de cotilleos entre los clientes que atendía la otra. Derramaban restos de jugos, café y otras yerbas en las mesas que les eran asignadas a la contrincante. Al término del día intentaban birlar el monto de propinas ganadas, ya sea Lilith a Wanda o del revés. La temperatura subía en el café y ya las otras mozas temieron lo peor.
Hasta que llego el día. Tal como una escena de un spaghetti western dirigida por Sergio Leone, con música de Ennio Morricone, ambas amazonas se prepararon para representar su día de furia. La locación fue el espacioso baño de mujeres. El momento, el final de la tarde, cuando Macabeo Mora ya había abandonado su negocio con la suculenta recaudación del día. Se insultaron con unos epítetos extraídos del peor centro de malevos que se tenga memoria. En la siguiente coreografía aparecieron los primeros impactos, en donde patadas, cachetadas, certeros golpes de puños y mechas firmemente remecidas les provocaban fuertes dolores a las bellas. Las otras sirenas acudieron raudamente cuando los gritos escapaban de ese tocador e inundaban todo el lugar, más se les volvió imposible entrar, ya que Wanda había pasado el cerrojo de la habitación. Lilith, más alta y robusta, sacó una leve ventaja, sin embargo, no contaba con la niñez de Wanda. Criada entre hermanos, se abría paso con astucia y maña para derrotarlos. Insertó sus dedos en los ojos de su némesis y la tumbó al suelo de inmediato, pero cuando le iba a asestar un frasco de perfume barato en plena cabeza con posibilidades de herirla gravemente, la puerta fue derribada por un mocetón de la limpieza.
Wanda sintió que una firme mano la cogía de la muñeca, inmovilizándola. Intentó inútilmente zafarse, más al mirar al muchacho le sorprendió su cadavérico rostro y su huesuda mano. Las mujeres que ya se encontraban dentro del toilette exhibieron sus muñecas frente a ella y Wanda, espantada, descubrió las variadas cicatrices que rajaban sus carnes. Volvió la vista a su frustrada víctima, que aún se encontraba despaturrada en el suelo. Un hilo de sangre manaba de su cien derecha. - Esto no es posible, manifestó la bella y sorprendida damisela. - Yo no le reventé el frasco en la cabeza. Lilith se levantó y le enseñó la espantosa herida de bala que se encontraba enquistada hace varios años en su cabeza. Las caretas cayeron estrepitosamente. La epifanía esperada por los regentes y niñas del Café Taj Mahal se adueñaba de Wanda al fin. Recordó a su hijo abandonado por ella en Venezuela y visualizó nítidamente su propio cuerpo intoxicado por las pastillas e inerte en el cuarto de una multitienda del centro de Santiago. Comprendió que su estadía en aquel último café se extendería por un larguísimo tiempo.
Cobraban nítido sentido las palabras con que fue recibida por vez primera en este trabajo...
- Calzas a la perfección con el perfil que buscamos para este café.
FIN
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