Ella vivía para escapar. Abandonó la casa para casarse tempranamente y sin meditar sus consecuencias. Huyó de un tórrido y secreto romance posterior. Ya convertida en una mujer de edad madura y luego de una desilusión laboral que la obligó a trasladarse, se encontró con el zapato que cubría su horma.
No podía sacarle los ojos de encima a ese hombre que parecía ignorarla. Se consumía en su desesperación. Casi al borde de la locura y con el corazón en la boca se animó a pedirle una cita. Fue un encuentro dentro de los límites que indicaba la moderación, ya que el galán se tomaba tiempo para sacudirse su timidez. Ella volvió a la carga y esta vez hubo un extraordinario beso de por medio. Pareció que ambos despertaran de un largo sueño de hibernación, se miraron a los ojos y presintieron que algo inusual estaba comenzando.
Se sucedieron los encuentros furtivos y recordaron asignaturas ya olvidadas por el peso de la rutina: comenzaron amándose como conejos, siguieron como monitos y acabaron como fieras salvajes. Era la dicha jamás sentida, la recuperación del paraíso perdido. Comprendieron que estaban hechos el uno para el otro.
Pero nos encontramos en este plano de existencia y la cruel realidad les pasó la cuenta. Su relación a contrapelo pesaba como un quintal de la más pesada harina. Ella no había aprendido otra manera de reaccionar y ante las circunstancias apremiantes escapó lejos, tan lejos que el olvido se olvidara de sí mismo.
Craso error. La distancia sólo acrecentó en ella la agonía de saberse con la felicidad en las manos y dejarla ir por las apariencias. Intentaron verse nuevamente. Esta vez por escaso tiempo, pero con flamígeros resultados. Desesperadamente, se desdobló y se retó como una madre lo realiza con la hija adolescente que presenta un capricho de amor. Esta vez la huida incluyó el silencio.
Pasó el tiempo. Creyó lograr cierto equilibrio, no obstante su alma la despertaba a mitad de la noche demostrándole lo contrario. En su angustia ideó la forma que encontró más a mano para paliar, aunque sea temporalmente los persistentes latidos de su corazón. Sabía que él destinaba bastante de su tiempo a su computador. Obedecería a su instinto. Prontamente encontraría la manera de ubicarlo y seguiría soñando, esta vez despierta, que lo amaría hasta el final de los tiempos. A pesar de que sus encuentros serían, por ahora, un simulacro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario