







Una distopía es una utopía negativa donde la realidad transcurre en términos opuestos a los de una sociedad ideal, es decir, en una sociedad opresiva, totalitaria o indeseable. El término fue acuñado como antónimo de utopía y se usa principalmente para hacer referencia a una sociedad ficticia en donde las tendencias sociales se llevan a extremos apocalípticos. ¿Por qué Santiago de Chile es una ciudad distópica? Sólo visítala y comienza a mirar a tu alrededor...
!Grandiosa, fantástica, diosa¡ Julie Newmar siempre será para nosotros Gatúbela. En ella se resumían todos nuestros deseos precoces. Ser felina, poseer una figura insuperable e interpretar un personaje de una sensualidad explosiva. No negamos que muchos pedimos como regalo de navidad el traje del murciélago de ciudad gótica para sentirnos un superhéroe y salvar el día (en el caso de Batman, la noche), pero en nuestro fuero interno sabíamos que al estar enfundados como el encapotado, nuestra primerísima misión consistiría en buscar a Gatúbela.
La fantasía de Cristian, el Banana.
De todos los condenados enviados a nuestra capital, Cristian era el más joven y despreocupado de todos. Su humor era un rara mezcla de insensatez y agudeza. Se enteró de su detención en Cubewano por un matutino virtual y decidió entregarse para ahorrar trámites posteriores (ver "El origen de la condena"). Sufrió torturas físicas al comienzo, pero sus carceleros al enterarse que era un alma libre que respiraba únicamente su aire, lo confinaron para que esperara su sentencia.
Al llegar a la tierra y a nuestro país, los otros reos le aconsejaron que se asociara con alguien experimentado. Fue así que forjó un tandem con el "Chino", uno de los primeros humoristas desterrados que se había templado en la década de los ochenta, presentando una rutina disfrazado de payaso. Resultaba tragicómico ver al Chino arrancar por las calles del centro de Santiago con la policía de Pinochet tras él. Asemejaban a un gag del programa de Benny Hill, al que sólo le faltaba la música de fondo.
Las rutinas del "Chino" y el "Banana", apodo que Cristian eligió, eran de una simplicidad conmovedora, aunque la coprolalia no estaba exenta de sus temas. Gustaron porque poseían carisma y buena conección con el público que transitaba por la vía. De ambos, sólo Cristian, por ser joven, fue invitado a presentar pequeños papeles en programas humorísticos de la televisión. Jamás los hubiera aceptado.
Se creyó una incipiente estrella del espectáculo. Incluso, en una entrevista que le realizaron para un programa de televisión que presentaba como tema el humor callejero, llegó a decir que su único objetivo era ascender en su carrera lo más arriba que pudiera. En su fuero interno soñaba con presentarse en el escenario mayor de Las Vegas: el Caesar Palace.
A tanto llegó su ingenuidad e inconsciencia que en una de sus rutinas elevó considerablemente el nivel de complejidad de sus chistes, ante la atónita mirada de sus compañeros de exilio. La descarga de energía en su mente lo fulminó y cayó sin sentido en plena Plaza de Armas. Despertó luego de varias horas en una cama de un pobre hospital. Divisó a una pareja de hombres de riguroso terno negro y lentes oscuros que le sonreían amablemente. Estos le tenían una noticia maravillosa. Se presentaron como emisarios del benemérito gobierno de Kron. Le indicaron que su detención era un error y que, apenas se restableciera, podría volver a su planeta. Además le explicaron que sus palabras en aquel programa de televisión y la excelsa rutina humorística realizada anteriormente y que casi le cuesta la vida, las habían, respectivamente escuchado y observado, un turista norteamericano. Éste era hermano de un importante agente de artistas y deseaba conversar con él. Su regreso al planeta natal podría esperar. Se durmió plácidamente esa noche.
Los acontecimientos se sucedieron con una vertiginosidad impresionante: salir de Chile, embarcarse rumbo al país del norte y triunfar fue una superposición de momentos digno de cualquier cineasta experto en montajes. El Caesar Palace, el Flamigo y el Tropicana fueron testigos del éxito arrollador del "Banana". Le siguieron una invitación al Saturday Night Live, una entrevista con David Letterman, presentada de costa a costa y coronando toda esta desembocada sinfonía, una presentación especial de su mejor rutina en la entrega de los premios Grammy.
Esa noche de ensueño, Cristian posó su cabeza en la almohada enfundada en seda y contempló, una vez más, la perfecta desnudez de las dos bellas modelos con las que había tenido su privada celebración. Se entregó a un sueño plácido. Se sabía triunfador, un semi - dios.
Un desagradable ruido de motores dementes que venía de fuera lo despertó de improviso. Se encontraba en la misma cama del destartalado hospital santiaguino. Era de día y los quejidos de los demás enfermos comenzaban su letanía insoportable. Lo entendió todo. Kron y los suyos le habían aplicado el peor castigo, después de la muerte. Ser víctima de un simulacro, basado en un deseo que atesoraba en lo más profundo de su corazón, pero que había sido exteriorizado en una entrevista de un canal nacional. Creer vivirlo intensamente para descubrir que era una vil mentira.
Cristian descubrió en carne propia lo que significa el dicho nacional: por la boca muere el pez.
(Continuará con "El loco Freddy le hace honor a su apelativo")
El clan Vásquez, si bien desarmado por el alejamiento del hermano menor (ver "El fallido intento de Paul Vásquez"), no se amilanó y buscó la manera de sobrellevar su pena. Alex y Hans, luego de mucho cavilar creyeron dar con la solución. Asumirían su destino y lo enfrentarían con la mejor disposición posible.
Fue así que ensayaron arduamente sus rutinas, le dieron un perfil definido a cada rol que representarían ante el público y, lo más importante, nunca abandonarían la calle como lugar permanente de trabajo, sin embargo la Plaza de Armas no sería su escenario natural, sino que la fachada del Banco de Chile, ubicada en el Paseo Ahumada.
Se fueron haciendo de un nombre entre los paseantes, aunque en su fuero interno sabían que su incipiente y precaria popularidad se debía al parentesco con su hermano Paul. Su humor mantenía la ramplonería exigida y sumaban adeptos utilizando ingeniosamente la cultura popular. De muestra un botón. En sus presentaciones ambos vestían las camisetas de los dos más populares equipos del fútbol chileno. Alex, se ataviaba con la de Colo - Colo y Hans, con la de Universidad de Chile. Se enfrentaban en una batalla de bromas con palabras de grueso calibre para así denostar al contrario, haciendo las delicias de los simpatizantes de ambos clubes. Lo que estos últimos no imaginaban es que estos seres venidos de otro planeta ni siquiera manejaban los conocimientos más rudimentarios acerca del balompié. Las referencias las obtenían leyendo la prensa a diario.
Vivieron gratos momentos. Su plan de mantenerse unidos y bajo ninguna circunstancia abandonar la calle, daba frutos. Algunos pequeños empresarios teatrales de regiones los llamaban para efectuar presentaciones, manteniéndolos como teloneros. Si bien no era la felicidad que buscaban, los pequeños objetivos de respirar un aire parecido a la libertad se estaban cumpliendo.
Kron no había previsto que sus condenados asimilaran tan resueltamente las condiciones que les había impuesto. Alex y Hans parecían haber encontrado una novedosa forma de escape. La reunión de consejeros con el sátrapa no se hizo esperar. El resultado de tal contubernio fue digno del más satánico plan emanado del averno. Descubrieron que los hermanos Vásquez, en especial, Alex y Hans, habían desarrollado la envidia el uno por el otro, durante su infancia. Resultó fácil activar este dispositivo en sus mentes, ya que era un sentimiento apenas adormecido en ellos. Luego de varias rutinas humorísticas callejeras, en donde evidenciaron su malestar con el otro, terminaron agrediéndose mutuamente, ante la mirada morbosa de su, antes incondicional, público.
La separación fue la solución que tenían más a mano. Comenzar nuevamente desde cero, creando rutinas esta vez monologadas, la desconfianza en sus fans y en el precario futuro que les esperaba fue su nuevo castigo, sin contar con la herida familiar que tardaría muchos años terrestres en cicatrizar.
(Continuará con "La fantasía de Cristian, el Banana")
Conscientes de la espantosa suerte corrida por Paul Vásquez y el Indio, Juan Carlos y Roberto, cuyas chapas correspondían a "El Flaco" y "El Bob Esponja" decidieron cambiar la estrategia para sacudirse el yugo opresor.
Eran un simpático dúo de cómicos. La versión guachaca de Bub Abbot y Lou Costello. La pareja dispareja que se reía de sí misma y de los demás, con una frescura inusual para la época. Rápidamente lograron notoriedad en las calles y comenzaron a pensar en grande, siempre con la sombra fatídica de Paul Vásquez en sus conciencias. Primero fueron las presentaciones en clubes nocturnos. Algunos programas de humor televisivo los llamaron, pero se percibía en el aire la desconfianza hacia su trabajo. Se impusieron sin destacar grandemente. Ese era el plan. Brillar, pero no demasiado. Presentarse en todos los escenarios, siendo segundones y manteniendo el bajo perfil, así no se podía desconfiar en quien no hace daño ni molesta.
Un año terrestre les duró la bonanza. Durante ese tiempo sus ganancias mostraban una interesante alza. Lo momentos altos de ambos fueron logrados en el programa "Vamos Chile" y en el "Show de Charlie Badulaque" , este último un refrito del tristemente célebre "Japennig con ja", llamado irónicamente por los opositores de la época como "El circo de Pinochet".
Al término de la temporada Roberto y Juan Carlos sabían ya que algo andaba mal. No podían explicarlo, pero si sentirlo en cada poro de su piel. El elenco del programa y las restantes personas del equipo de trabajo, si bien los recibía cada día amablemente, nunca les dieron pie para profundizar las relaciones personales. Asomaban las primeras pistas. Una mañana los llamó el director de programación. Sin mayores preámbulos los despidió. Desolados, Juan Carlos y Roberto pidieron las justas razones de su término de contrato.
- Ustedes no pertenecen a este lugar. Fue la lacónica y devastadora respuesta. De ahí en más siguió una serie de fracasos. En su intento de aparecer en todas partes y la vez sin hacerse notar demasiado habían olvidado que la tierra, y en especial Santiago, era su estadio de reclusión. La calle los esperaba nuevamente.
El castigo, en su perfecto plan, nuevamente asomaba. La clasista capital de Chile se ajustó a cabalidad con lo ideado por Kron. A esos "hombrecitos" alguien debía ubicarlos en el exacto lugar al que pertenecen.
(Continuará con "Alex y Hans osan dar una vuelta de tuerca a su destino")