miércoles, 26 de febrero de 2020

Un archipiélago de sobrevivientes.


Cursé la enseñanza secundaria entre los años 1975 y 1978, esto es, el tiempo en que la dictadura chilena, entre otros objetivos, comenzaba a propagar su doctrina anticomunista, donde la Unión Soviética, China y Cuba se convertían en los referentes del terror y la maledicencia contra la llamada Segunda Independencia de Chile, que nos habían proporcionado los militares. Eran estos países el enemigo constante y poderoso que, agazapado, esperaban la mejor oportunidad para aniquilarnos.

En el año 1979 ingreso a Pedagogía en Castellano en la Universidad Católica de Valparaíso. A poco andar, comienzo a descubrir el otro lado de moneda. Debo aclarar que provengo de una familia de clase media esforzada y crédula, que celebró el golpe de estado (el pronunciamiento militar, en versión de ellos) y se tragó, sin reflexionar, toda la propaganda del régimen de Pinochet en aquellos años. Como explicaba, a comienzos de los ochentas, la versión contraria, es decir, llamar dictadura al gobierno militar y enterarse de los gravísimos atropellos a los derechos humanos que había perpetrado, llegó a mí en las tertulias universitarias regadas de cervezas y de peligrosas marchas. De la misma manera, mis compañeros de facultad, en especial los que simpatizaban con las ideas marxistas, fueron más allá en sus comentarios y describieron a los países socialistas como el ejemplo a seguir, para lograr el desarrollo y la felicidad.

Treinta y nueve años después y con un mundo distinto a la década ochentera, decidimos, con Yolanda, conocer la isla de Cuba (aunque para precisar, realmente es un archipiélago). Debo reconocer que las visiones de los bandos más extremos en Chile no han cambiado demasiado sus opiniones del país centroamericano, a pesar de que este ha tenido una vertiginosa vida de claros y oscuros en estos últimos sesenta años de revolución socialista. Con todo ello, enfilamos nuestros pasos hacia allá. Era enero, tiempo de vacaciones. Un trabajo arduo durante el año pasado, ordenados ahorros y un gran deseo de conocer se convirtieron en un buen cóctel que daba como resultado a Cuba como un destino deseado para veraneantes como nosotros.

Luego de un largo viaje, con parada en tránsito en la ciudad de Lima, arribamos al aeropuerto José Martí en La Habana. Un modesto terminal aéreo, pero que se las arreglaba para recibir el gran flujo de visitantes diarios. Una vez en tierra, un guía mulato muy gentil nos recibió e indicó un cómodo bus que nos llevaría a nuestro primer destino: el balneario de Varadero. Otro guía me indicó donde cambiar algunos dólares. Esta acción fue mi primera señal que nos encontrábamos en un lugar distinto. Existen dos tipos de monedas en Cuba. Una para uso exclusivo de los locales, que es el CUP. Es el peso cubano con que pagan sus consumos, debido al bloqueo norteamericano a la isla de hace ya varias décadas y que prohíbe la transacción de la moneda norteamericana en territorio nacional. Por otro lado, se encuentra el CUC, es decir, el peso cubano para turistas. El cambio es 1 CUC = 1 dólar, aunque lo castigan desde un 10% a un 15% en su transacción a moneda nacional. Es evidente quien es el enemigo para ellos, ya que el resto de monedas internacionales no sufren aquello.

Durante el viaje de La Habana a Varadero, un correcto guía (de nombre Francois) nos daba pincelazos históricos, geográficos y sociales del lugar que esperábamos visitar. Reconozco que tomé su información con distancia. Décadas de desconfianza en los discursos de derechas e izquierdas habían hecho mella en mí. Luego de casi tres horas de viaje, arribamos a Varadero. Era de noche, por lo que no pudimos hacernos una primera impresión del lugar. Al día siguiente, con el despertar y el correr de los días que le siguieron, sufrimos un impacto. Reconocemos con Yolanda, que nunca antes habíamos estado en un resort con todo incluido. Nuestro alojamiento era un cómodo y elegante bungalow. Nos ofrecían tres comidas al día, es decir, un opíparo desayuno tipo buffet, almuerzo de la misma calidad y cuatro posibilidades de cena a la carta (italiana, oriental, internacional o a la orilla de una playa). Barra libre (sí, las veinticuatro horas del día), shows nocturnos muy bien preparados, hermosas piscinas, un maravilloso borde costero y un largo etcétera, incluyendo una atención personalizada de altísima calidad. A estas alturas, me preguntaba: ¿Se olvidaron de la revolución? ¿Y el socialismo de Fidel?

Debo reconocer que tales preguntas ahora me parecen estúpidas. La historia cubana, hasta poco antes de su independencia del colonialismo español, se asemejaba a cualesquiera de los eventos ocurridos en el resto de América Latina. Sin embargo, desde su liberación del yugo español, esta isla comienza un derrotero único. Su aliado, quien en ese entonces fue EEUU, intentó anexarse este archipiélago, tal como lo fue con Puerto Rico. Entre las décadas del veinte y cincuenta se convierte en un cuasi prostíbulo de los gringos (así le llamaban en esa época), ya que la mafia ítalo-americana se enseñorea del lugar, traficando el ron isleño en época de ley seca en el país del norte, edificando fastuosos hoteles, entre otras construcciones y dándole un carácter de placer continuo a Cuba para los que podían pagar tal consumo, ya sean los potentados norteamericanos o la clase poderosa isleña. Con el advenimiento de la Revolución Popular, en 1959, sin precedentes mundiales a la fecha, acaba la dictadura de Batista y comienza el camino al socialismo, que, con claros y oscuros, prevalece hasta el día de hoy. Dicho derrotero, ganado a sangre y fuego, no ha estado exento de momentos que han llegado incluso a remecer al mundo. A saber, la admiración de connotados intelectuales y artistas de izquierdas (Hemingway, Sartre, García Márquez y Cortázar, entre otros); la derrota militar de los anticastristas en Bahía de Cochinos; la posibilidad de la desaparición de la especie humana, con el conflicto de los misiles soviéticos en la isla; la exportación de la revolución al mundo, que le costó la muerte al Che Guevara y le valió el ingreso al panteón de los íconos inolvidables del siglo XX y el derrumbe del socialismo mundial con la caída del muro de Berlín y la posterior reinvención de los cubanos, cuando todos creíamos que tenían los días contados. 

Con todo lo anterior, intento contestar mis torpes preguntas de párrafos anteriores. Asumo que estuvimos solo una semana en Cuba, por lo que predominarán las sensaciones y apreciaciones. La revolución socialista se encuentra más viva que nunca, ya que es un estado permanente en sus habitantes, entendida como un constante flujo de cambios y adaptaciones, sin perder el norte trazado en 1959. Varadero es un balneario de lujo, que no tiene nada que envidiarles a otros de su nivel, pero toda propiedad y negocios le pertenece al estado. Si bien, existen importantes inversores extranjeros (españoles, japoneses, australianos, italianos, franceses, etc.), los hoteles, resorts y toda actividad es estatal. De las utilidades de estos pingües negocios el 51% son ingresos para la isla. Por supuesto, en Cuba no existe la propiedad privada. Incluso los taxis que nos llevaron por doquier no poseen dueño particular. La desconfianza de cualquiera surge como una tromba, es decir, las enormes divisas de que se pueden hacer los mandamases caribeños. No obstante, la salud y la educación, para todos los habitantes es gratuita, con todo lo que ello conlleva. Me explico: Un habitante no gasta un solo peso en su atención médica, ni siquiera en medicamentos (contando con una atención de primera calidad). Todo cubano (a) posee educación completa y de alto nivel, (incluyendo la universitaria), sin ningún costo monetario (se lo devuelven trabajando para el estado), además de todos los costos que conlleva un país que no posee un mercado internacional sólido y sufre del bloqueo económico impuesto por EEUU. Por ende, para financiar aquello con una población de doce millones de habitantes y las situaciones descritas, se debe contar con altos ingresos, que surgen, actualmente, del turismo y la exportación de profesionales de la salud. Interactuamos con isleños educados que muestran un alto sentido de la civilidad. Una gran mayoría maneja, a lo menos, dos idiomas. De igual manera, y honestamente, durante nuestra estadía en Varadero y La Habana, no vimos represión en las calles, ni seguimientos a nuestros pasos.

Si me han seguido hasta aquí, creerán que estuvimos en una especie de paraíso (aunque Varadero y La Habana Vieja se acercan bastante a ese sueño turístico). No es así. Poseen una democracia protegida, de elección indirecta de autoridades. El cubano común puede legalmente salir de su país, pero se le hace difícil, tanto porque no posee los ingresos económicos para ello, además de perder sus prerrogativas al salir por las suyas. No existen diferencias significativas en los sueldos de todo trabajador. Ninguno de ellos puede surgir con emprendimientos propios. Ya se encuentra dicho, en Cuba no existe la propiedad privada, ni la iniciativa comercial propia. Aun así, con Yolanda estuvimos en un país con identidad propia, de paisajes y clima privilegiados, con una singular y agitada historia y que se ha ganado, con todo derecho, un lugar especial en el mundo.

Maus, una originalísima fábula del Holocausto.(Seudo-crítica literaria).



Era el día de mi cumpleaños y mi hijo Felipe me tenía un regalo especial. Dentro de una bolsa de papel rústico y biodegradable se encontraba la novela gráfica Maus; relato de un superviviente, de Art Spiegelman. Hacía ya años que mi hijo sabía de mi afición a las novelas gráficas y al cómic en general, por lo que decidió, y en una muy buena hora, donarme esta magnífica obra que enriquecería mi biblioteca personal. Le di un abrazo apretado y un beso de padre agradecido, mientras sostenía en una de mis manos el libro. Al ver la portada mi alegría bajó algunos cambios. La obra venía en su idioma original, es decir, en inglés. Intentando que Felipe no se diera cuenta de mi expresión, le comenté por lo bajo e intentando ser lo más empático posible que su padre no dominaba el idioma de los bretones. Mi vástago se apenó, pero como buen integrante de la nueva generación aguerrida, se rehízo y, a la brevedad, me comentó que iría a la librería y ejecutaría el cambio. la edición en español ya no se encontraba y la intercambió por Pesadillas, de Katsuhiro Otomo, la novela gráfica seminal que sería el puntapié inicial de la monumental obra que acometería el maestro japonés. Hacia rato que deseaba leer y poseer Maus, por lo que la idea me mantuvo inquieto, hasta que ingresé a un local y me apropié de ella.

No niego que soy un lector voraz de cómics y, por deformación, amo no sólo el texto, sino el arte del dibujante (Dikto, Ross y Corben, por nombrar solo algunos maestros). Es por ello que al ver las primeras hojas de Maus, me decepcioné. Eran ilustraciones, según mi ignorancia supina: Básicas, sucias y desprolijas. Mi error (aunque yo la llamaría horror) se detuvo ahí. Acabé de leer la obra de Spiegelman y un sentimiento de recogimiento y placer literario recorrió mis fibras. Entendí por qué había sido galardonada con un Pulitzer y se le nombraba entre las mejores obras del noveno arte. Y aunque llegó a mis manos con casi 33 años de retraso, su lectura fue un goce estético. Vamos por partes. Es un texto extenso, qué duda cabe. Sin embargo, se entiende que el autor, luego de las largas entrevistas que le realizó a su padre, necesitaba de un espacio considerable para volcar todas ellas en el papel. Sí, es una obra basada en hechos reales. Es el periplo del padre de Art Spiegelman: Vladek. Un judío viviendo en la Polonia que iba a ser ocupada por los nazis y sus desventuras que acaban en el campo de concentración de Auschwitz. El autor, en una radical decisión, opta por mostrar lo ocurrido en esos terribles años de la Europa de la Segunda Guerra Mundial, ocupando variadas e inspiradas claves y técnicas literarias y visuales y no cayó en la tentación maniquea del mensaje estereotipado, es decir, presenta los horrores de la guerra, pero su protagonista, es tan humano como cualquiera y se le muestra en varias dimensiones, esto es, valiente, fastidiado, clasista, con iniciativa, pragmático, reaccionario, entre otros. Como diría Nicanor Parra: “Un embutido de ángel y bestia”.

Si bien, la historia se centra en Vladek y sus circunstancias, Spiegelman realiza un notable contrapunto con la relación que se establece entre el protagonista y su hijo (el propio autor de Maus). Es el padre demandante, que se sabe sobreviviente del Holocausto y presiona a su hijo, ora manipulándolo con sus penas pasadas y actuales, ora fastidiándolo con recriminaciones. Ambos escenarios se presentan en forma de montaje y flash backs. Así vamos conociendo y adentrándonos en la experiencia límite vivida por Vladek en ese momento odioso de la historia de la humanidad y su situación familiar actual, no exenta de penas y tristezas.  Otro elemento destacable es la narración en clave de fábula. Los alemanes son gatos, los polacos, cerdos y los judíos, ratones (esto último es lo que le da el nombre a la novela gráfica, ya que maus significa ratón en alemán). En esa época, la individualización era casi imposible de lograr, debido a que el mundo era entendido de manera polarizada. Por ello, cada grupo humano o raza es identificada con un animal, perdiendo todo sentido de identidad personal. Además de intentar una especie de narración didáctica – moralizante, que, al leer la obra, se difumina progresivamente. Es un téngase presente, pero mirado con la distancia que dan los años y la experiencia del autor, quien no cae, como antes se mencionó, en caricaturas (¡y es un cómic!), ni en maniqueísmos que agradarían a la galería. Se convierte, entonces, en un valioso aporte y punto de vista respetable del Holocausto provocado por los nazis.


La novela gráfica derrocha emociones honestas y sentimientos encontrados, ocupando para ello una estética expresionista. A ello se suman las imágenes que son presentadas en estricto blanco y negro, las que refirman tal aseveración. Spiegelman estructura una iconografía engañosamente simple y la ensucia a propósito, logrando su objetivo. Estamos en presencia de una obra de arte mayor que ha no envejecido y se reactualiza con los años. Cabe dentro del panteón mayor y se ha convertido en una pieza capital del noveno arte.

Spiegelman, Art. Maus; Relato de un superviviente. Pantheon Books. USA. 1980 (Traducción Planeta De Agostini).