jueves, 19 de octubre de 2023

El actual traductor top de títulos de películas para España es chileno (1° parte).

 


Hacer el ridículo y saber exactamente que se encuentra llevándolo a cabo, es una acción valiente, sana y altamente recomendable para el desarrollo personal. Lamentablemente, existen personas, familias, instituciones y hasta gobiernos que lo hacen en serio. Y lo que es peor. No se dan cuenta de ello.

 Es el singular caso de Carlitos (se cambió el nombre para proteger a este inocente). 

Carlitos nació en Santiago de Chile en los turbulentos años setentas. Su madre, de posición social acomodada, devota religiosa, conservadora y de derechas, respiró aliviada cuando la Junta Militar chilena, encabezada por el general Augusto Pinochet, puso fin, mediante un cruento golpe de estado, al gobierno del socialista Salvador Allende. Celebró la puesta en orden del país y se tragó, dulcemente, toda la visión de mundo impuesta, en especial lo que llegaba por televisión nacional.

Carlitos creció en un contexto de severidad materna y ausencia irresponsable paterna. Su progenitor, llevado por su espíritu empresarial, aprovechó la excelente oportunidad que le ofrecía la llegada del capitalismo salvaje (*) al país y se centró de lleno en sus negocios y, de paso, dejó de lado a su hijo único y a la esposa que le daba atención sexual con un gotario. El niño, mientras tanto, se desarrollaba bajo la atenta mirada de la madre, que lo sobreprotegía hasta lo indecible. Su condición de soledad llevó al pequeño a refugiarse en la televisión chilena ochentera, consumiendo horas de su vida en ella. Por las noches logró establecer un vínculo un tanto más verdadero con su madre, compartiendo los programas nocturnos televisivos de la época. A ambos les hacía mucha gracia un comediante, estandarte del humor de la dictadura y que contaba con la venia del ideólogo del régimen castrense Jaime Guzmán, este era Jorge Romero y su apodo era Firulete.

    Firulete era el señor del humor blanco, como lo denominaban los testaferros del gobierno, que se oponía a la proverbial picardía criolla, la que estaba relegada a las casas y reuniones de amigos de clases media y baja. Carlitos se aprendía las rutinas del clown nacional y las actuaba, haciendo las delicias de su madre, pero no de los compañeros de colegio, quienes se burlaban en su cara por la ñoñez de sus chistes y lo poco afortunado, ya que Carlitos, al poseer escasa escuela de la calle, confundía los momentos y pagaba muy caro sus desabridos desaciertos.



Le cae la noche a la familia de Carlitos, ya que su padre los abandona por una veinteañera que le entregaba, lo que creía, no le daría ni en sueños su pacata esposa y como con su hijo nunca estableció un vínculo verdadero de padre, poco le importó dejarlo. Poseía mucho dinero para mantenerlos a la distancia y así su escasa conciencia quedaba en paz. Esperaba vivir la gran vida. Su madre, se rehízo del abandono más veloz de lo que esperaba y con los dineros que le llegaban mensualmente de su ex y con su experticia como decoradora de interiores, decide probar suerte en España con su hijo. Era el año de 1988 y la derrota del dictador en las urnas, debido a un plebiscito que le decía no a su continuidad, apuran tal decisión materna.

Ese giro drástico en la vida de Carlitos, ya convertido en un reciente estudiante egresado de la secundaria, le reportaría el más bizarro y sensacional futuro...

  (*) Expresión acuñada por Karol Wojtyla.

jueves, 12 de octubre de 2023

El verdadero antecedente de la novela Pantaleón y las visitadoras (II parte y final)


Dicen que la cultura popular, entre cientos de dichos, posee uno que expresa:  "No hay peor loca que la boca". Este viene como anillo al dedo a una situación que ocurrió en un reportaje emitido por la televisión chilena, ya perdido en el tiempo y olvidado a propósito por intereses del más alto nivel. En esa transmisión, una pariente de Mario Vargas Llosa confesó abiertamente que una tía abuela del escritor incásico, llamada Rosa Elena Vargas Gutiérrez le habría contado a un joven Mario un suceso muy peculiar que ocurrió entre los años años 1909 y 1929.

Fue una época turbulenta y confusa. Chile había vencido a la Confederación Perú - Boliviana en la Guerra del Pacífico (Guerra del Huano y el Salitre para los vencidos) unas décadas atrás y el poder político debía resolver el rumbo que seguirían los acontecimientos. Uno de los grandes problemas  que se avecinaban eran qué hacer con las ciudades de Tacna y Arica, en posesión momentánea  de los vencedores, según el Tratado de Ancón, firmado el 20 de octubre de 1883. Según historiadores peruanos, este tratado fue una maniobra dilatoria, para que la región asimilara una identidad chilena definitiva. Grupos ultranacionalistas chilenos se tomaron aquello al pie de la letra y acometían medidas extremas, creando un clima propicio para sus fines.

Prueba de ello son grupúsculos con pintorescas denominaciones, tales como "Mano Negra", "Mazorqueros", "Sociedad Estrella de Chile" y "Liga Patriótica de Tacna". Estos, actuando como frentes paramilitares, cometieron asesinatos, desapariciones, quema de escuelas, diarios, comercio y prostíbulos en esa región. Todo ello, con el apoyo de pasquines denominados "El Eco Patrio" "El Ajicito", "El Corvo" y "El Roto Chileno".

En ese contexto es que la pariente de Mario Vargas Llosa le relata al futuro literato que en estos años, en especial el de 1929, dentro de todo el desastre y horrible estropicio que estaban causando estos termocéfalos ultraconservadores, habían desaparecido prácticamente todos los prostíbulos de Tacna, lugar de asentamiento permanente de la soldada chilena. Los jóvenes de la infantería y algunos veteranos del 79 resintieron esta ausencia de señoritas de la noche, acaso la única entretención significativa de los conscriptos y sintiéndose dueños del mundo, arremetieron contra cualquier mujer que se cruzara en su camino, para saciar sus apetitos. Como en Santiago comenzaba a tomar forma la bizarra e imaginaria Guerra de don Ladislao, que planteaba nuevamente un posible casus belli, el alto mando militar y político decidieron actuar.

El resto el lector ya lo intuye. La extraña, sorprendente e insólita idea de mandar a un oficial a organizar un servicio de prostitutas a Tacna tuvo su génesis en Santiago de Chile. Aunque dio resultados prácticos inesperados, los nombres tanto de los generales, como del capitán que llevaron a cabo este singular proyecto, se mantuvieron en el más estricto secreto y ni hablar que este plan rozara a Carlos Ibáñez del Campo, presidente en ejercicio de la época. Es más, cualquier registro, por insignificante que fuera del bizarro proyecto, fue borrado, incinerado y olvidado de la memoria de las personas para siempre. 

El mismo Vargas Llosa, habría inventado el antecedente de que basó su novela en hechos reales ocurridos en el país incásico, ya que en su creación anterior, La ciudad y los perros, repartía palos a la soldada chilena en algunos de sus pasajes y, dada su creciente fama en Latinoamérica, ya el horno no estaba para esos boyos. Además, había visitado el país andino y los amigos literatos florecían allí. Incluso, su visión de mundo socialista estaba ya a salvo, aunque algunos años después cambiaría radicalmente de bando. En tanto al alto mando chileno, esta decisión de torcer la verdad le llegaba del cielo. Nuestros nobles, valientes, marciales, inmaculados e íntegros soldados no debían verse inmiscuidos en una empresa tan innoble y de escaso nivel como organizar un servicio de visitadoras para calmar los ardores de sus uniformados vencedores y jamás vencidos. 

Y que no se hable más del asunto... hasta ahora...

                                                  FIN

viernes, 6 de octubre de 2023

El verdadero antecedente de la novela Pantaleón y las visitadoras (I parte)


 Corría el año 2004 y estaba cómodamente sentado en mi sillón, sin nada más que hacer que matar el tiempo viendo televisión por la noche, cuando ocurrió... Comenzaba la película Pantaleón y las visitadoras. Si bien y como buen profesor de lenguaje, había leído una cantidad aceptable de obras de Mario Vargas Llosa, a saber, Los cachorros (en la secundaria), La ciudad y los perros (en la facultad) y La guerra del fin del mundo, Lituma en los Andes y Conversaciones en la catedral (solo por placer) , esta novela, convertida en película no había llegado aún a mis manos.

Luego de la inquietante actuación de Angie Cepeda y la frescura y originalidad de la trama, no pude más que rendirme ante ella. Que un gran grupo de soldados rasos peruanos saquee y viole individual o grupalmente a unas lugareñas de la selva de aquel país por urgencias de la carne y que el alto mando castrense, no halle nada mejor que mandar al capitán de ejército Pantaleón Pantoja a organizar un servicio de prostitutas para aplacar la alta temperatura y acabar con los estragos de la tropa es sencillamente notable. Mas cuando se les da el eufemístico nombre de visitadoras. La nominación al premio a la mejor película extranjera al Oscar se encontraba más que justificada.

Demás está decir que leí la novela, en donde la Colombiana que revolvía las hormonas al más casto era  realmente brasileña, más otros detalles que las diferenciaban. Obvio que el cine y la literatura son dos soportes distintos y respetables, por los que novela y película brillan por sí mismas. Al indagar antecedentes de la obra narrativa, el propio Vargas Llosa explicó que se había basado en hechos reales que el mismo constató cuando viajó a la selva peruana. El extraordinario escritor obtuvo el Premio de la Literatura latinoamericana en 1975 por su  brillante creación.

Pasó el tiempo y la novela mantenía su nivel y el paso del tiempo la engrandecía aún más. Toda vez que esa visión crítica de la sociedad latina moderna, en especial de las instituciones castrenses, cobraba todo el sentido al echar una mirada a las dictaduras cívico - militares esparcidas por el continente.

…Sin embargo, un descubrimiento reciente alteraría lo dicho por el Nobel peruano, respecto al verdadero origen de la novela  Pantaleón y las visitadoras...