viernes, 17 de mayo de 2024

Vampirismo docente (V parte)



Ya despuntaba el siglo XVII cuando los Arwac fueron descubiertos por los conquistadores. El motivo era  de una obviedad que, para ese tiempo se tornaba insoportablemente repetitiva. En aquella región de La Guajira unos tunantes habían descubierto oro y la noticia recorrió el Caribe. Las oleadas de insaciables buscadores del dorado mineral se dejaron caer cual marabuntas en celo. Desbrozaron y asolaron ese paraje de ensueño y dieron cuenta de los pequeños indígenas de la región. Solo se libró Baniwa, el patronímico con que los Arwac habían mentado al inmortal docente. Este, ya prisionero de una soldada española maloliente y ambiciosa, esperó su muerte en vida. Mas, a uno de los milicianos le pareció un tanto alto para ser un indígena y decidió, con una mopa improvisada, limpiarle el barro de su espalda. Su impresión fue mayúscula al percatarse que su piel, si bien curtida por el sol, era blanca. Dio la voz de alerta a la tropa y lo lanzaron en vilo al río que serpenteaba esas tierras. Emergió albo y aterrado. 

Durante los siglos XVII , XVIII y XIX, Mariano de Guzmán, que así se nombraba ahora, se dedicó a recorrer la América Colonial de norte a sur, con demasiado tedio y casi inexistente diversión. Transcurrieron desapercibidos para él la instalación inglesa en América del norte, el inicio de la lenta decadencia económica, militar y cultural de España; el conocimiento de la electricidad, el telescopio, el cálculo y la gravitación universal, entre otros, en Europa y la depresión económica que sufrieron distintos reinos de ese continente. Durante este extenso receso-escondite evitó casi todo contacto humano y sobrevivió esos casi 300 años, mirando y matando a pequeños roedores. Lloró y maldijo su vida y su entorno planetario, desarrollando una animadversión nunca antes vista hacia la especie humana. Su inquina lo llevó a a tal estado de sicopatía que, solo por una vez, se convertiría en una celebridad mundial. Sin saber lo que lograría, mejoró su estampa y se embarcó hacia Inglaterra. Hacia el Londres de finales del siglo diecinueve para ser exactos.     

miércoles, 8 de mayo de 2024

Vampirismo docente (IV parte)


Fray Ernesto de la Coruña, que así se denominaba ahora, se embarcó, junto a varios hermanos franciscanos, en el Puerto de Sevilla, con la idea de educar y evangelizar a los aborígenes de esas tierras ignotas. Al desembarcar en Cartagena, fue recibido por el  mismísimo Fray Martín de Valencia, el primer cura de la orden en arribar a ese lugar. Al poco tiempo, Ernesto descubrió que la misión espiritual que emprendía poseía escaso valor, porque el comercio salvaje, la trata de esclavos y los abusos más atroces se cometían en nombre de Dios y la corona española. Abandonó la Orden prontamente y se internó en la selva tropical, alejándose de esos inescrupulosos e insaciables hombres. Tras varios días de caminata, envejecía a una velocidad pasmosa. A punto de sucumbir aparecieron unos pequeños hombres que no solo le salvaron de convertirse en un nosferatu solitario, sino que lo acogieron, al comienzo con recelo y luego con precavida distancia. Eran los Arwac.   

Ernesto, de mediana estatura, semejaba un gigante entre los Arwac. Y a pesar de la sabiduría acumulada por tantos siglos de vida a cuestas, erró el camino en un principio. Su vocación de eterno pedagogo lo llevó a intentar educar a esos hombrecillos de cráneos deformados a propósito, pero leyó mal el momento. Se encontraba en La Guajira, territorio de los Arwac que poseían un organización social matriarcal, cuyos logros, a la fecha, lo ubicaban entre los más desarrolladas de esas tierras mágicas. Manejaban conocimientos arquitectónicos avanzados, rendían respetuoso culto a sus muertos y sus piezas de alfarería y decoración polícromas eran de una belleza incomparable. Fue el mundo la revés. Los alumnos educando al profesor. Dejó a un lado su saber y bebió de esos hombres y mujeres cuanto pudo. Estos, reconocieron su condición vampírica y lo dejaron ser. Es más, le suministraron pequeñas dosis de miradas diarias para su subsistencia, ya que empatizaron con su inmortalidad trágica. Un humano que no puede trascender al mundo de los muertos y se le niegue la veneración de los que los sobreviven se les hacía un castigo cruel en extremo. En retrospectiva, fue la vida más feliz que experimentó. Era un volver a comenzar, a revivir, paradójicamente, con la muerte en vida. Aceptado, querido y reconocido en su bizarra existencia. Vivió más de dos siglos entre los Arwac, empero, su maldición recaería también en esos hombres y mujeres que estuvieron a un punto de lograr la perfección.  

lunes, 6 de mayo de 2024

Vampirismo docente (III parte)


Sandro, su patronímico florentino que adoptó en 1535, lo acompañó en gran parte del período Renacentista. Sin embargo, y a pesar de ser una las épocas en que gozó sobremanera con los caminos que recorrían los intelectuales en los distintos campos del saber y del arte, los siglos vividos ya eran un peso que se le hacía cada vez más insoportable. Eran los comienzos de la época moderna europea y un genuino y fresco viento de volver a comenzar para la humanidad. Mas Sandro se ubicó en las antípodas. Pasaba encerrado gran parte del día y sus llantos se sucedían con frecuencia. Aparecieron sus primeros intentos de fallidos suicidios. Se lanzaba de torretas, dejaba que una carreta de seis caballos lo arroyara o bebía cálices con líquidos cargados con poderosos venenos. Fue en vano. Bastaba que unos mortales fueran en su rescate y lo miraran fijamente, para que la energía de sus cuerpos se traspasaran a Sandro, este se levantara de las sombras y los cadáveres se llevaran el secreto de su inmortalidad a la tumba.

Era un fantasma que recorría Florencia, traspasando paredes y muchedumbres, sin que estas últimas le provocaran ninguna reacción. Sin embargo, y muy a su pesar, volvía a la vida una y otra vez. Recordó sus inicios en el vampirismo. En la Grecia antigua y la decisión que asumió aquella vez. Determinó marcharse y perderse en otras tierras. Era 1599 y llegó a sus oídos la posibilidad de comenzar en una tierra lejana de características mágicas y asombrosas. Un lugar en donde bastaba escarbar un tanto la tierra y hallar oro; la existencia de animales fantásticos, nunca antes vistos, como aquellas gallinas gigantes que empollaban en sus alas y unos hombres que desafiaban la lógica en cuanto a su gran tamaño, voz sonora y actitud soñadora. Le pareció una ironía que a la mayoría de los aventureros los motivaba una fuente que les aseguraba la juventud y que cambiaba constantemente de locación. En su mente ya la decisión era toda una realidad. Partiría a las tierras del Nuevo Mundo. Las Américas.