sábado, 22 de agosto de 2009

Un problema de semántica


Siempre he preferido dar el nombre correcto a las cosas. La precisión idiomática es una de mis pasiones. Si la gente expresara con exactitud lo que desea comunicar se solucionarían bastantes problemas en este mundo. Todo se encontraría en su lugar y no habría cabida a malas interpretaciones, que nos han costado irremediables malos entendidos o sobrentendidos, incluso terribles diferencias, cuyas asperezas tardan años en limarse.
Les expongo como ejemplo la palabra "femicidio". La encierro entre comillas no por capricho, sino para resaltar que es una palabra que no existe formalmente. La Real Academia Española no la ha incluido en ninguna de sus recientes ediciones, sin embargo los medios de comunicación, a quienes odio con todo el alma por el fomento espantoso a la incultura y deformación de la realidad, la usan con un desparpajo exasperante.
Para darle un peso específico a mis argumentos, le consulté a una respetada profesora de lenguaje de un colegio del sector oriente de la capital respecto al concepto de marras. Me confirmó lo que ya sabía. "Femicidio" como concepto no existe. Aún más, agregó que si se quiere conceptualizar el hecho de matar a una pareja femenina, este palabreja no lo explica correctamente. Más bien, "femicidio" (de existir realmente tal palabra) significaría matar a una mujer por el sólo hecho de serlo, que no es la verdadera intención de los agresores.
Como les explicaba al comienzo, siento pasión por denominar correctamente las cosas, así que no tengo otra salida que aguardar el bendito momento en que los señores académicos den su venia al exacto nombre de tan repudiable acto y los restos de Raquel, dispersos por Santiago tengan al fin un merecido descanso ya que apareció el vocablo preciso.

sábado, 15 de agosto de 2009

La Paila

A Samuel le precedía su fama, en especial desde que adquirió un auto propio. Frente a sus amigos se jactaba denominando al vehículo como "la paila".
-¿Por qué?, preguntaban socarronamente sus amigos.
- Porque la mujer que sube a mi cacharro esta "frita", respondía riendo con todo su cuerpo.
La pandilla amplificaba la imagen de Samuel por todo el vecindario:
-Es un monstruo con las mujeres.
-Se "ha comido" a todas las lolas que ha deseado.
-Ahora que compró un "tocomocho" nada lo detiene.
Beatriz no creía en imágenes de cartón. Luego de haber puesto en su lugar, cachetada mediante, a Carlos, por atreverse a decir públicamente que ella estaba interesada en su persona (nada más falso, ya que la bella joven, de un sólo papirote, lo había devuelto a la realidad) pensaba poner orden a tanto machismo imperante. Era el turno de Samuel. Era hora que alguien le revelara unas cuantas verdades a ese insolente seductor de pacotilla.
La cita no se hizo esperar. Era un jueves en la noche y Beatriz subía mansamente al carro de Samuel. Deambularon por República, La Alameda, Providencia y Pedro de Valdivia. La conversación era trivial y aburrida. Samuel estacionó su juguete con ruedas en una oscura calle.
-Es el momento, se dijo a sí misma Beatriz.
-Pasa al asiento trasero, dijo Samuel, con un tono de voz que imitaba malamante a un seductor.
La joven cambió de asiento y se aprestó para darle la lección de su vida al farsante.
-Ya verás si esta chatarra se sigue llamando la "paila". ¿"Así que estoy frita"? ¿Vas a comerme al igual que las otras?, pensaba con ira la damisela, mientras se acomodaba en el asiento. -Ponme un dedo encima y verás lo que te espera.
En ese momento unas finas manos de metal con unos terminales de tenazas aparecieron de las sombras y desvistieron en segundos a la mujer. Acto seguido, tanto el asiento posterior como el resto de la cabina se convirtieron en metal y de unas diminutas troneras fueron lanzadas salsas, aceites, ajo molido y cebollines picados, para finalmente subir la tempertura de las planchas a un calor insoportable.
Beatriz, al borde del pánico supremo, del dolor insoportable y la muerte inminente, observó cómo Samuel la miraba con ojos lascivos tras la ventanilla, al tiempo que sus manos empuñaban firmemente un cuchillo y un tenedor, regalo de su piadosa madre, que ya en paz descansaba en la corriente sanguínea de su hijo único.