Cursé la enseñanza secundaria entre los años 1975 y 1978, esto es, el
tiempo en que la dictadura chilena, entre otros objetivos, comenzaba a propagar
su doctrina anticomunista, donde la Unión Soviética, China y Cuba se convertían
en los referentes del terror y la maledicencia contra la llamada Segunda Independencia de Chile, que nos habían proporcionado los militares. Eran estos
países el enemigo constante y poderoso que, agazapado, esperaban la mejor
oportunidad para aniquilarnos.
En el año 1979 ingreso a Pedagogía en Castellano en la Universidad
Católica de Valparaíso. A poco andar, comienzo a descubrir el otro lado de
moneda. Debo aclarar que provengo de una familia de clase media esforzada y
crédula, que celebró el golpe de estado (el pronunciamiento militar, en versión
de ellos) y se tragó, sin reflexionar, toda la propaganda del régimen de
Pinochet en aquellos años. Como explicaba, a comienzos de los ochentas, la
versión contraria, es decir, llamar dictadura al gobierno militar y enterarse
de los gravísimos atropellos a los derechos humanos que había perpetrado, llegó
a mí en las tertulias universitarias regadas de cervezas y de peligrosas
marchas. De la misma manera, mis compañeros de facultad, en especial los que
simpatizaban con las ideas marxistas, fueron más allá en sus comentarios y
describieron a los países socialistas como el ejemplo a seguir, para lograr el
desarrollo y la felicidad.
Treinta y nueve años después y con un mundo distinto a la década
ochentera, decidimos, con Yolanda, conocer la isla de Cuba (aunque para
precisar, realmente es un archipiélago). Debo reconocer que las visiones de los
bandos más extremos en Chile no han cambiado demasiado sus opiniones del país
centroamericano, a pesar de que este ha tenido una vertiginosa vida de claros y
oscuros en estos últimos sesenta años de revolución socialista. Con todo ello, enfilamos
nuestros pasos hacia allá. Era enero, tiempo de vacaciones. Un trabajo arduo
durante el año pasado, ordenados ahorros y un gran deseo de conocer se
convirtieron en un buen cóctel que daba como resultado a Cuba como un destino deseado
para veraneantes como nosotros.
Luego de un largo viaje, con parada en tránsito en la ciudad de Lima,
arribamos al aeropuerto José Martí en La Habana. Un modesto terminal aéreo,
pero que se las arreglaba para recibir el gran flujo de visitantes diarios. Una
vez en tierra, un guía mulato muy gentil nos recibió e indicó un cómodo bus que
nos llevaría a nuestro primer destino: el balneario de Varadero. Otro guía me
indicó donde cambiar algunos dólares. Esta acción fue mi primera señal que nos
encontrábamos en un lugar distinto. Existen dos tipos de monedas en Cuba. Una
para uso exclusivo de los locales, que es el CUP. Es el peso cubano con que
pagan sus consumos, debido al bloqueo norteamericano a la isla de hace ya
varias décadas y que prohíbe la transacción de la moneda norteamericana en
territorio nacional. Por otro lado, se encuentra el CUC, es decir, el peso
cubano para turistas. El cambio es 1 CUC = 1 dólar, aunque lo castigan desde un
10% a un 15% en su transacción a moneda nacional. Es evidente quien es el
enemigo para ellos, ya que el resto de monedas internacionales no sufren
aquello.
Durante el viaje de La Habana a Varadero, un correcto guía (de nombre
Francois) nos daba pincelazos históricos, geográficos y sociales del lugar que
esperábamos visitar. Reconozco que tomé su información con distancia. Décadas
de desconfianza en los discursos de derechas e izquierdas habían hecho mella en
mí. Luego de casi tres horas de viaje, arribamos a Varadero. Era de noche, por
lo que no pudimos hacernos una primera impresión del lugar. Al día siguiente,
con el despertar y el correr de los días que le siguieron, sufrimos un impacto.
Reconocemos con Yolanda, que nunca antes habíamos estado en un resort con todo
incluido. Nuestro alojamiento era un cómodo y elegante bungalow. Nos ofrecían
tres comidas al día, es decir, un opíparo desayuno tipo buffet, almuerzo de la
misma calidad y cuatro posibilidades de cena a la carta (italiana, oriental,
internacional o a la orilla de una playa). Barra libre (sí, las veinticuatro
horas del día), shows nocturnos muy bien preparados, hermosas piscinas, un
maravilloso borde costero y un largo etcétera, incluyendo una atención
personalizada de altísima calidad. A estas alturas, me preguntaba: ¿Se
olvidaron de la revolución? ¿Y el socialismo de Fidel?
Debo reconocer que tales preguntas ahora me parecen estúpidas. La
historia cubana, hasta poco antes de su independencia del colonialismo español,
se asemejaba a cualesquiera de los eventos ocurridos en el resto de América
Latina. Sin embargo, desde su liberación del yugo español, esta isla comienza
un derrotero único. Su aliado, quien en ese entonces fue EEUU, intentó anexarse
este archipiélago, tal como lo fue con Puerto Rico. Entre las décadas del
veinte y cincuenta se convierte en un cuasi prostíbulo de los gringos (así le
llamaban en esa época), ya que la mafia ítalo-americana se enseñorea del lugar,
traficando el ron isleño en época de ley seca en el país del norte, edificando
fastuosos hoteles, entre otras construcciones y dándole un carácter de placer
continuo a Cuba para los que podían pagar tal consumo, ya sean los potentados
norteamericanos o la clase poderosa isleña. Con el advenimiento de la
Revolución Popular, en 1959, sin precedentes mundiales a la fecha, acaba la
dictadura de Batista y comienza el camino al socialismo, que, con claros y
oscuros, prevalece hasta el día de hoy. Dicho derrotero, ganado a sangre y
fuego, no ha estado exento de momentos que han llegado incluso a remecer al
mundo. A saber, la admiración de connotados intelectuales y
artistas de izquierdas (Hemingway, Sartre, García Márquez y Cortázar, entre
otros); la derrota militar de los anticastristas en Bahía de Cochinos; la posibilidad
de la desaparición de la especie humana, con el conflicto de los misiles
soviéticos en la isla; la exportación de la revolución al mundo, que le costó
la muerte al Che Guevara y le valió el ingreso al panteón de los íconos
inolvidables del siglo XX y el derrumbe del socialismo mundial con la caída del
muro de Berlín y la posterior reinvención de los cubanos, cuando todos creíamos
que tenían los días contados.
Con todo lo anterior, intento contestar mis torpes preguntas de párrafos
anteriores. Asumo que estuvimos solo una semana en Cuba, por lo que
predominarán las sensaciones y apreciaciones. La revolución socialista se
encuentra más viva que nunca, ya que es un estado permanente en sus habitantes,
entendida como un constante flujo de cambios y adaptaciones, sin perder el
norte trazado en 1959. Varadero es un balneario de lujo, que no tiene nada que
envidiarles a otros de su nivel, pero toda propiedad y negocios le pertenece al
estado. Si bien, existen importantes inversores extranjeros (españoles,
japoneses, australianos, italianos, franceses, etc.), los hoteles, resorts y
toda actividad es estatal. De las utilidades de estos pingües negocios el 51%
son ingresos para la isla. Por supuesto, en Cuba no existe la propiedad
privada. Incluso los taxis que nos llevaron por doquier no poseen dueño
particular. La desconfianza de cualquiera surge como una tromba, es decir, las
enormes divisas de que se pueden hacer los mandamases caribeños. No obstante, la
salud y la educación, para todos los habitantes es gratuita, con todo lo que
ello conlleva. Me explico: Un habitante no gasta un solo peso en su atención
médica, ni siquiera en medicamentos (contando con una atención de primera
calidad). Todo cubano (a) posee educación completa y de alto nivel, (incluyendo la universitaria), sin ningún costo monetario (se lo devuelven
trabajando para el estado), además de todos los costos que conlleva un país que
no posee un mercado internacional sólido y sufre del bloqueo económico
impuesto por EEUU. Por ende, para financiar aquello con una población de doce
millones de habitantes y las situaciones descritas, se debe contar con altos
ingresos, que surgen, actualmente, del turismo y la exportación de
profesionales de la salud. Interactuamos con isleños educados que muestran un
alto sentido de la civilidad. Una gran mayoría maneja, a lo menos, dos idiomas.
De igual manera, y honestamente, durante nuestra estadía en Varadero y La
Habana, no vimos represión en las calles, ni seguimientos a nuestros pasos.
Si me han seguido hasta aquí, creerán que estuvimos en una especie de
paraíso (aunque Varadero y La Habana Vieja se acercan bastante a ese sueño
turístico). No es así. Poseen una democracia protegida, de elección indirecta
de autoridades. El cubano común puede legalmente salir de su país, pero se le
hace difícil, tanto porque no posee los ingresos económicos para ello, además
de perder sus prerrogativas al salir por las suyas. No existen diferencias
significativas en los sueldos de todo trabajador. Ninguno de ellos puede surgir
con emprendimientos propios. Ya se encuentra dicho, en Cuba no existe la
propiedad privada, ni la iniciativa comercial propia. Aun así, con Yolanda estuvimos
en un país con identidad propia, de paisajes y clima privilegiados, con una
singular y agitada historia y que se ha ganado, con todo derecho, un lugar
especial en el mundo.