sábado, 18 de octubre de 2008

IN (coherencia)


Los hechos de la vida siempre terminan ubicándote en tu exacto lugar.
Era un viernes en la tarde. La peor hora del día para impartir clases. En especial a los alumnos de un Octavo Básico. Preadolescentes que poseen intereses relacionados con la farándula nacional, sus posibles pareja de pololeo o los bailes de moda, pero ni siquiera rozan la atención ni les interesa el trabajo que yo les propongo en ese maldito horario.
Sin embargo, ese día me proponía dar un vuelco a la historia y realizar la mejor clase jamás concebida.
Logré su concentración en escasos minutos. El objetivo se lograba sin muchos esfuerzos, hasta que golpean la puerta. Eran jóvenes de cursos superiores, quienes demandaban la presencia de dos niños para ensayar un baile por motivo de la actividades festivas del aniversario de nuestro colegio. A regañadientes los dejé ir. No en vano, las autoridades nos habían solicitado dar permiso a todo estudiante que participara en dicho evento. Continué mi clase, pero por poco tiempo. Las interrupciones se sucedieron: permiso para los seleccionados de fútbol, para los actores del sketch, para los músicos de la batucada.
En medio de tal desastre, detuve el éxodo de estudiantes y reconvine fuertemente a los disentes que aún permanecían en mi clase. Juré no abrir la puerta a nadie más, así se estuviera acabando el mundo y que su salvación dependiera de nosotros.
Golperaron una vez más... Hice caso omiso... Tocaban con insistencia. Enojadísimo abrí de par en par las puertas del salón y con mi voz más enérgica espeté:
- ¡Qué desea!
Una tímida voz contestó:
- A usted, lo venimos a buscar para que ensaye el baile de los profesores.
Abandoné la sala con la cabeza baja y sintiendo el ardor de las miradas de mis alumnos en mis espaldas.
Sólo pensé:
- Hago lo correcto. No vaya a ser caso que mi alianza pierda puntos porque los privo de mi concurso...