domingo, 23 de marzo de 2008

Bujolandia chilensis



(Portada de "BarsaMan", creado por Jucca)



(Texto extraído de "El triunfo del mito")



Siempre he fantaseado con el hecho de saber el paradero actual de toda la fauna de personajes de comics nacionales que acompañaron mi niñez y mi adolescencia.

Si estuvieran aún entre nosotros: ¿vivirían en Chile o habrían emigrado?, ¿seguirían ligados, aunque indirectamente, a sus antiguas actividades?, ¿habrían dado un vuelco a su vida?, ¿se encontrarían jubilados?

Me interné por las calles de Santiago. Realicé algunas visitas a ciertos extraños seres de la urbe capitalina e intenté averiguar qué fue de ellos. He aquí el resultado.






Condorito. Fue la inmediata respuesta nacional al personaje "Pedrito", un pequeño avión chileno que intentaba cruzar la cordillera de los Andes, creado por industrias Disney y que no encarnaba el sentir del alma nacional.

Individuo de extracción popular, vivió su época de gloria en los sesentas. Se mantuvo estable en los setentas y ochentas y se volvió rico en los noventas. Actualmente se pasea por todo el continente americano, amasando fortuna y vendiendo todo el mercadeo que rodea su imagen. Ha olvidado por completo su origen humilde y su humor, otrora fresco y natural. Es más, han involucionado tanto sus chistes hasta considerarse casi para infradotados. Un caso lamentable, pero excepcional de adaptación al medio.





Mampato. Surgió a finales de los sesentas. Un preadolescente bajito que se llamaba Patricio, Pato para sus íntimos. El primer día de clases sus compañeros, al verlo tan pequeño, le apodaron como Mampato (un caballito enano). Joven inteligente, con sólidos valores y valiente como el que más. La vida lo premió entregándole un cinto espacio-temporal que le permitía viajar a la época histórica que él quisiera. Se aventuró a la prehistoria, la Independencia de Chile, el futuro y visitó varias civilizaciones antiguas. Un viajero del tiempo que cumplía los sueños de H.G. Wells. Pero creció y se sumergió en el tráfago de nuestro "modus vivendis", para luego desaparecer sin dejar rastro. Todos los indicios apuntan a que usó por última vez su maravilloso cinto y se trasladó al siglo cuarenta, llevando con él a Ogú y Tinalín, su fiel compañero cavernícola y su esposa. La razón es muy simple. En esa época se encuentra Rena, la telépata y el amor de su vida, con la que contrajo matrimonio y vive una apacible vida de cuarentón satisfecho. Tal vez su único cuidado es no tener malos pensamientos ya que ello fastidiaría a su esposa.





Pepe Antártico. Es tal vez quien mejor encarnó los deseos libidinosos de los hombres de este país. Su apogeo lo vivió entre los sesentas y setentas. Soltero y mujeriego empedernido, no se le escapaba ninfa alguna y sus conquistas eran resonantes. Lo que nunca contó fue que, por las dudas, visitó a un urólogo quien le detectó veinticinco tipos diferentes de enfermedades de transmisión sexual, de las cuales dos no poseían explicación científica. El facultativo, asombrado por el hallazgo, presentó el caso en un simposio médico en donde galenos norteamericanos se interesaron vívamente. Le solicitaron muestras de sangre a Pepe y se las hicieron llegar a la NASA, ya que que ambas enfermedades mencionadas no eran de origen terrestre.

Cuando llegó la vejez a su vida decidió retirarse de las lides amorosas para escribir sus memorias, sin embargo con la aparición del viagra reconsideró su decisión.


Don Memorario. Fue uno de los íconos de la derecha chilena. No sé si por ese motivo nació anciano. De agudo humor y desde su reposada vida de jubilado, nos entregaba su visión conservadora de la realidad junto a su inseparable amigo de sombrero hallulla y su nieto. "El período en que vivimos el peligro solapado" fue asumido por él como un bálsamo para su espíritu. Sin embargo, con la llegada de la democracia sus achaques se volvieron un gran problema para su salud. Hubo dos golpes que no pudo soportar: uno fue el fallecimiento de Jarpa, de quien él sentía una profunda admiración, y el otro, el hecho de que un socialista nuevamente fuera elegido Presidente de la República por voto popular. Al creer que su mundo había mutado para siempre no tuvo deseos de seguir en esta tierra y partió a una mejor vida.







El Enano Maldito. Si hubo un personaje que concitó los amores más incondicionales y los odios más enconados fue este pequeño de origen proletario y de ideas izquierdistas. De corta vida pública, en realidad un poco más de los mil días que duró el gobierno de la Unidad Popular, se las ingenió desde un principio por expresar opiniones virulentas y ácidos comentarios contra sus contrarios. Ingresó al imaginario colectivo nacional cuando fue portada del diario "Puro Chile" al día siguiente del triunfo de Allende en las urnas. Con el golpe de estado se le pierde el rastro. Sus amigos tienen versiones disímiles. Unos afirman que pasó a engrosar la lista de detenidos desaparecidos, mientras que otros aseguran que su lucha continuó en el extranjero. Sus enemigos también difieren en cuanto a sus opiniones. La mayoría de ellos creen que utilizó su exilio para gozar de una vida regalada en Europa, por otro lado, una minoría insiste con la versión del cambio de nombre y su ingreso a la Concertación en donde trabaja como operador político.



Alaraco. Si Pepe Antártico resume los deseos no satisfechos de los machos chilenos, este hombre representa fielmente al "homo chilensis" en su cabal medida. Para él todo es sinónimo de desconfianza y catástrofe. Se puede decir que nunca tuvo momentos de fama, salvo la parodia que realizó de él Fernando Alarcón en el extinto programa de humor "Japennig con ja". Actualmente posee en su casa un botón de pánico regalado por Joaquín Lavín y es un peligroso consumidor de programas de televisión que muestran desastres, robos, violencia y muerte en nuestro país. Debido a este hábito Alaraco se encuentra prácticamente adherido a la pantalla chica y decidió no salir nunca más de su casa.


FIN

(Mis agradecimientos a Pepo, Themo Lobos, Percy, Lukas y Orsus (Jorge Mateluna) por llenar nuestras vidas con la genialidad de su arte).

jueves, 20 de marzo de 2008

En 360º

Él sabía hasta el más mínimo detalle de lo que le esperaba, sin embargo siguió adelante. La consigna se cumpliría contra viento y marea. Poco importaba su opinión. Había que llevar a cabo la misión sin cuestionar.

Su espacio predilecto para encontrarse con la gente era la Plaza de Armas. No existía una síntesis más acabada de las personas del lugar que aquel amplio espacio. Vendedores ambulantes, desempleados, inmigrantes ilegales, viejas prostitutas y ladrones de poca monta, entre otros, formaban parte del paisaje urbano.

Su perseverancia le ayudó a hacerse un espacio entre ellos. En un principio lo creyeron un predicador más, tan pelmazo como todos. Sin embargo, su mirada dulce y la convicción que irradiaban sus palabras acabaron por seducirlos. Sus historias los entretenían y les hacían olvidar su triste realidad.

Pero era jueves en la noche. Era la hora que esperaba...

Una redada policial capturó a todos los que se encontraban alrededor del monumento al orgullo mapuche. Fueron conducidos a una comisaría en Santo Domingo. Apartaron a hombres y mujeres. Él fue tratado como un indocumentado. Además lo confundieron con un traficante de pasta base, ya que el parecido con el criminal era asombroso. En una sala oscura lo interrogaron violentamente. Él sólo ponía a disposición su otra mejilla. Esto encolerizaba aún más a sus captores. Ya a medianoche sus cuerpo torturado daba muestras de fatiga. Los demás quedaron en libertad.
El viernes fue llevado ante el juez. El magistrado no se encontraba de buen humor. Trabajar en un día feriado de Semana Santa nunca fue de su agrado. Dictó sentencia sin siquiera mirar al acusado. Lo condujeron a la cárcel de Colina.
Una vez dentro, los gendarmes se enteraron que era un famoso traficante y datearon a los reos, ya que algunos de estos pagaban muy bien los servicios de soplonaje de indeseables que no cancelaban sus deudas de juego.
Al anochecer ya su vida se había extinguido.
El sábado, sus restos ingresaron a la morgue del penal.
En la madrugada del domindo su cuerpo había desaparecido, ya que no se encontraba sobre la fría plancha de metal. Los gendarmes se extrañaron al principio, luego volvieron a su rutina. No era la primera vez que un cadáver era sustraído por los internos con el objeto de vender los órganos.
La tragedia acababa una vez más. El ciclo sin fin volvía a cerrarse, por ahora...

domingo, 16 de marzo de 2008

La génesis de la distopía


En el principio fue el caos...
El magnífico ser alado descendía con dificultad sobre el planeta. Absolutamente exhausto y mortalmente herido se posó sobre el macizo cordillerano. Era el refugio que había escogido durante su escapatoria. Lo recordó, ya que el plan divino de la gestación universal aún no se encontraba acabado en ese lugar.
Por más que repasaba los hechos pasados no podía comprender cabalmente lo que estaba ocurriendo. Era un levantamiento más de las huestes del averno, como otros en el pasado. Los habían derrotado fácilmente en las primeras escaramuzas, pero esta vez fue diferente. La vehemencia con que comenzó el ataque, la sorpresa del mismo y la desidia de algunos de sus compañeros fueron determinantes en el resultado.
Él combatió valientemente al lado de su señor. Uno a uno caían sus más preciados amigos. Los otrora bellísimos seres se transformaban en una masa amorfa de carne, visceras y sangre. Se abrío paso por entre el tumulto y una certera lanza lo atravesó de lado a lado. Logró escapar sin antes observar que al todopoderoso le caían encima cientos de iracundas alimañas sedientas de venganza.
Tendido entre los altos y nevados picachos sentía su fin cerca. Sus ojos se cerraron y dormitó. Se imaginó creando, junto a sus compañeros, un lugar único e irrepetible. Una isla que no fuera una isla. Por el norte se encontraría el desierto más árido del mundo. Por el sur, los hielos cuasi eternos. Por el este una cordillera que hiciera las veces de biombo climático y por el oeste un océano inmenso. La jaula de oro perfecta. Sus habitantes sólo conocerían su pequeño entorno, además los dotaría de fantásticos mecanismos de defensa: la desconfianza al extraño, la nula capacidad de asombro, el tedio como forma de vida y la capacidad de olvidar al instante lo poco que retendrían sus mentes.
-Serán eternamente felices, se dijo para sí.
Despertó sobresaltado, ya que el dolor que le causaba su herida se tornaba insoportable. Lloró sincera y amargamente por la suerte corrida por su amado líder y sus camaradas. Contempló por última vez la celestial obra inconclusa y su mirada se apagó para siempre.

viernes, 7 de marzo de 2008

El enemigo de papel


(Extraído de "Los mil días de la irresponsabilidad")


Corría el año de 1970. Yo tendría unos diez años cuando mi padre, de manera solemne y afectada, comunicó en el almuerzo dominical a los comensales que Salvador Allende había ganado la elección y sería el presidente de Chile. La familia sólo guardó silencio. Era la costumbre de los últimos años, ya que las relaciones entre los adultos de la casa se encontraban en un grado alto de tensión. Además todos manejaban esa noticia, incluso yo. La palabra política era para mí totalmente desconocida en ese entonces. Mientras jugara al fútbol con mis amigos en la calle y me dejaran ver los dibujos animados yo era feliz. Lo demás poco importaba.
- Vamos a ver como lo hará este señor y su gobierno, agregó mi padre con cierto enojo, cerrando el mismo el tema que había planteado y que nadie había querido asumir.

En aquellos tiempos la televisión chilena se encontraba en ciernes y era de una artesanía conmovedora, sin embargo para mis cortos años era un mundo mágico. Mis programas favoritos eran Los Banana Split, Kimba y Meteoro. La hora de la fantasía era de cuatro a cinco de la tarde los días de semana y de dos a tres los domingos. Odiaba las tareas que me daban en el colegio, porque las tenía que desarrollar antes de esas horas. Caso contrario gastaba ese valioso momento en conjugar verbos regulares e irregulares, dividir con fracciones o responder cuestionarios de Historia. Mis cuadernos se enteraron de mi rabia más profunda cuando llenaba sus páginas mientras el Match 5, piloteado por Meteoro, daba saltos imposibles por sobres sus adversarios en las carreras en que siempre triunfaba.


En mi hogar hasta los asuntos domésticos se convertían en una empresa destinada al fracaso. Los adultos deambulaban por la casa con el piloto automático encendido y bastaba la más pequeña chispa para que la estantería familiar se viniera al piso de manera estruendosa. Al parecer nos gobernaban unos maquinistas enajenados quienes le echaban más carbón a la caldera con el fin de llegar lo más rápido a una estación que ni ellos mismos conocían, sin importar la seguridad de los pasajeros.
Afuera, en la ciudad, se sentían los vientos de cambio. Bastaba con ojear la prensa para caer en cuenta que la inocencia se había perdido para siempre. La gente exponía sus opiniones a viva voz y con firmeza. Unos a favor y otros en contra de no sé qué. Mis cortos años no me servían para percibir lo que se venía incubando.


Mis padres se separaron por fin. Deambulé entre dos casas hasta que mi viejo se hizo cargo de mí. En la calle se respiraba un aire difícil de definir. Era una mezcla de euforia, miedo, desconfianza y enojo. Mi padre optó por lo último. Constantemente despotricaba contra el gobierno responsabilizándolo de todos los males que ocurrían en ese entonces. Comenzaron a faltar elementos esenciales en nuestra casa, tales como la carne, el café, el azúcar y la mantequilla. Se iniciaba la rutina de las "colas", es decir, esperar largas horas a las afueras de un establecimiento para conseguir lo esencial. Estas rutinas me producían sentimientos encontrados ya que paliaba la larga espera conversando animadamente con mis amigos o me hacían perder valioso tiempo, ya que no podía ver ta televisión ni jugar la infaltable "pichanga" callejera.


Transcurrieron más de dos años y la situación era inquietante. Mi padre realizaba magia para conseguir alimentos y ropa. Nos las arreglabamos intentándolo casi todo. Era inútil. Mi pandilla captaba la rabia en la mirada de cada adulto. Ésta era canalizada por dos vías. Cada vez que algún dirigente de gobierno o el mismo Allende aparecían en la pantalla chica las imprecaciones surgían de manera espontánea, o bien, algunos de nuestros vecinos que adherían al gobierno de la Unidad Popular eran sindicados como la cara visible del descalabro en que se encontraban sumidos nuestros padres.



Y comenzó la debacle. Mi padre, que en ese entonces era propietario de un taxibus, se plegó al Paro de Octubre. Todas las noches debíamos ir a revisar el vehículo que se encontraba junto a muchos otros cientos en un sitio abandonado en la comuna de San Miguel y pagar por adelantado su custodia. Lo acompañé a cuanta reunión dirigencial hubiera. Por todos lados se sentían gritos y se observaban peleas entre los adversarios. Incluso asistimos a concentraciones en contra del gobierno de la U.P.
- !Upeliento maricón, come mierda por güe'on¡
- !Allende, escucha... ándate a la chucha¡
Las consignas las gritabamos a todo pulmón. Aunque en realidad yo lo hacía porque era la primera vez que podía decir groserías a voz en cuello frente a mi padre, sin que éste me reconviniera severamente. Es más, hasta me alentaba a decirlas.


- !Hijo despierta¡. !Cayó Allende¡. Mi padre me despertó una mañana de septiembre del año 1973. Los ojos le brillaban como nunca. Subimos al techo de nuestra casa y observamos como los aviones Hocker Hunter maniobraban por entre las nubes. A lo lejos se divisiba una humareda. Por la radio nos enteramos que el Palacio de la Moneda estaba siendo bombardeado. Sin perder tiempo y henchido de felicidad, mi padre me ordenó que lo acompañara de compras. Al salir nos encontramos con uno de los vecinos "parias" que escuchaba la radio de su vieja camioneta. Se enviaban mensajes para todos los trabajadores instándolos a no abandonar sus puestos de trabajo y defender sus derechos y al gobierno. Nuestro vecino apenas alcanzó a despedirse y aceleró su vehículo perdiéndose por entre las calles semidesiertas. Mi padre sólo sonrió socarronamente.


Llegamos a la vega de Franklin y mi padre comenzó a comprar provisiones como para unas semanas. Los locatarios y el escaso público que se encontraba en ese lugar no hablaban de otra cosa.
- !Ahora lo quiero ver a este desgraciado¡
- ! De ésta sí que no se escapa¡
- !Ya estaba bueno de tanto abuso¡
Mientras adquiríamos los víveres, le comenté extrañado a mi padre que no habíamos hecho una larga fila para comprarlos. Además que todos lo que escaseaba los días anteriores se encontraba ahora al alcance de la mano. Mi viejo sintió mi mirada inquisitiva de preadolescente, me la sostuvo por algunos segundos para luego desviarla y conversar con el primero que se le cruzó por delante.
Demás está decir que al vecino de la vieja camioneta no lo vimos nunca más. Luego de unas horas, la mayoría de los vecinos embanderaron todas sus casas. Me llamó la atención que mi padre no quisiera hacerlo. Muchos años después recordé la mirada que le dediqué esa mañana de septiembre y entendí perfectamente la razón de su negativa a enarbolar el pabellón patrio.