martes, 12 de julio de 2016

Santiago sin santiaguinos.



Un día sencillamente ocurrió. La ciudad de Santiago de Chile quedó despoblada. Las razones hasta hoy se desconocen, sin embargo, las teorías de tan singular acontecimiento abundan. No es el objetivo ahondar en ellas al comienzo de esta narración. Sólo asumiremos el hecho de que ningún ser humano fue nunca más visto por aquella urbe.

El primer indicio de la ausencia masiva, fue el silencio natural que invadió la cuenca por completo. Atrás quedaron los molestos ruidos de toda capital, por pequeña que ésta sea. Luego se sucedieron los suaves sonidos del aletear de las aves, el rumor del viento primaveral y los tímidos ecos del pisar de los perros callejeros por las abandonadas calles.

Transcurrieron dos años terrestres y la última de las centrales hidroeléctricas dejó de funcionar dando paso a la primera noche prehistórica, después de varios siglos de contaminación lumínica. Las jaurías de canes y las piaras de cerdos, que a la sazón eran las formas de vida dominantes de la otrora ciudad, no se dieron por enteradas de tan maravilloso espectáculo. Las formaciones estelares, los brillantes luceros y el manto de polvo de estrellas daban la sensación de encontrase tan próximos, que se podían palpar con las yemas de los dedos.

En los siguientes cien años terrestres, y debido al inexorable abandono, las construcciones emblemáticas de Santiago comenzaron su lento y lastimero derrumbe. Fue así que un edificio de dos pisos, aparentemente de los líderes del lugar, una amplia biblioteca con cúpulas, un santuario ubicado frente a una plaza y, al parecer, una casa de estudios de un otrora color amarillo, colapsaron y se precipitaron a tierra junto a otras extrañas edificaciones que, suponemos, eran de construcción de vidrio y hormigón feble, cuyas dimensiones son imposibles de clasificar.

Al cumplir quinientos años de  la desaparición de humanos, en medición de este planeta, la vegetación cubría en su totalidad el territorio. Las grandes alamedas,  un río de cristalinas aguas con sus brazos torrentosos y las montañas que señoreaban imponentes el lugar, daban el marco perfecto a nuestra llegada. Mi equipo explorador solicitó esta destinación, ya que de todo este tercer planeta, después de la estrella solar, Chile, y en especial su capital, nos llamó poderosamente la atención. En el resto de los continentes, los humanos se aniquilaron unos a otros. Cruentas guerras nucleares y bacteriológicas dieron cuenta de la muerte de billones, sin embargo, aquí y hasta la fecha, se ignoran los reales motivos de la masiva y total desaparición de personas.

Los viajeros a mi cargo, después de concienzudos estudios de campo, que incluyeron travesías, excavaciones y análisis de ensayo y error, llegaron a la conclusión (y es el informe que leo atentamente en este preciso momento), que una enfermedad mental desconocida hasta ahora afectó a esta población. Sus síntomas, entre otros, fueron el individualismo, el tedio, la constante disconformidad y la consecuente pérdida del sentido de vivir. Decidimos asentarnos por un tiempo en esta cuenca para continuar los estudios de tan interesante fenómeno.

(Extracto del informe enviado por ondas neuro-cuánticas al Comando Central de la Federación Unida).