viernes, 26 de diciembre de 2008

La noche que quise ser el Grinch

Me senté relajadamante en mi sillón. Desde un comienzo fueron los programas especiales navideños. Desfilaron: Rodolfo, el reno de la nariz roja; Santa Cláusula; Un cuento de navidad; La misa del gallo y un largo etcétera... hasta que me dormí.

Entre sueños percibí la presencia (televisiva, se entiende) de un extraño ser verde y peludo que me miraba fijamente a los ojos. Mi fatiga pudo más y cerré definitivamente mis párpados. No sé cuanto tiempo estuve dormido en una incómoda posición, el caso es que una picazón me devolvió a la realidad. Subí al baño y quedé atónito al verme al espejo. Mi cara se encontraba colmada de largos y verdes pelos, mis mejillas se encontraban abultadas y mis ojos se habían vuelto amarillos. El resto de mi cuerpo presentaba tal perverso estado de metamorfosis, que intenté gritar espantado, sin embargo, en vez del aullido de terror asomó una risa sarcástica. No negué que me agradó tal condición. Volví a mirarme al espejo y me dije... ¡por qué no!

Así fue que contemplé el abismo, luché con el odio que me tengo, cené conmigo mismo y descubrí cómo solucionar el hambre mundial, sin contárselo absolutamente a nadie. Luego salí a hurtadillas de mi departamento e intercambié de piezas cuanto regalo se encontraba alrededor de cada arbolito de pascua de mis vecinos, esparcí grandes cantidades de sal en las carnes y ensaladas de las mesas tan bien dispuestas y tapé todos los conductos de los sanitarios. La misión estaba cumplida. El Grinch nuevamente había arruinado la navidad...

Al día siguiente me invadía la culpa. Me levanté para enfrentar a mis vecinos y a mi funesto destino. Salí al pasillo, pero la alegría los invadía. Estaban divertidamente intercambiando sus regalos y bebiendo líquidos en grandes cantidades.

Sólo me quedaban dos inmensas dudas... cómo lo harán ellos cuando tengan que hacer la digestión y cómo me las veré yo en mi trabajo con mi nuevo look...