martes, 2 de junio de 2009

Tieta

Al salir del salón belleza, Tieta ya sentía la leve palpitación de su ojo izquierdo. Al llegar a su casa el dolor se tornaba más que molesto. Aquella noche apenas pudo dormir.

Maldijo el día en que decidió tatuarse los párpados para poseer un delineado permanente y refunfuñó el cliché aquel de "para ser bella hay que ver estrellas" que su hija le mentaba reiteradamente. Sin embargo, muy dentro de sí sintió un momentáneo, pero reconfortante deleite por lo obrado. Se encontraba asumida en cuanto a su personalidad frívola y su carácter consumista. Aquello le tenía sin cuidado. - Para eso gano plata, se decía a modo de argumento final.

El dolor ocular ya daba paso a un ¡que te ves bien linda! Su ego podía seguir viviendo en paz. Pero algo la inquietaba. Su closet, muy bien surtido de todo tipo de hermosos vestidos, la colección de zapatos, botines y sus adorados cueros cubrían sus expectativas. Con el doloroso tatuaje a sus ojos sentía que se le había pasado la mano. Creía ser otra persona que osó atentar con tamaña estupidez su rostro. Con esa sensación durmió inquieta y soñó.

Al despertar,la confusión comenzaba a invadirla. ¿Por qué desearía bañarse en leche? (es lo que había experimentado mientras se movía bajo las sábanas en la madrugada). Recordó las otras noches de ojos cerrados descabelladas acciones, tales como que cortaba cabezas de indios infieles utilizando una bárbara estrategia militar, que sentía el nauseabundo olor corporal humano mientras era quemada viva en una hoguera y que se paseaba completamente desnuda a lomo de caballo por una ciudad medieval con el objeto de dar una lección a los retrógrados.

No comprendía nada. Intentó alejar de su mente los tatuajes y su extraño mundo onírico atiborrándose de trabajo y compromisos sociales. La idea era mantener la mente ocupada, olvidando incluso al novio de turno. No obstante, siempre llegaba la noche con su pesada carga de imágenes de pesadilla, que esta vez la acosaron sin piedad. Por una apuesta con unos hombres, se imaginó escribiendo un extraño relato acerca de un monstruo que volvía a la vida en una noche de tormenta y voló en mil pedazos, junto a su imaginario y amado esposo, en un Buenos Aires setentero.

La visita al sicólogo no se hizo esperar. Nada concreto. Sólo estrés, ese maldito estrés.

Esa noche se resignó a su suerte y dirigió los pasos a su cama para sufrir otra velada de aquellas, cuando, al mirarse al espejo y ver su imagen repetida hasta el infinito lo comprendió todo. Llegó la respuesta de manera tan simple y hermosa. Respiró aliviada y cuando intento correr para explicarse a su hija el maravilloso descubrimento, una encegecedora luz blanca comenzó a salir de su cuerpo. Se abandonó a su calor y no vio más que el eterno espacio que le aguardaba ahora y para siempre. El ciclo se había cerrado. Tieta, eres la última y la primera, el omega y el alfa, el final de un eslabón de una cadena que ocupará, por fin, su lugar en el universo.