miércoles, 15 de abril de 2020

Coronavirus chilensis. Diario de un habitante en el fin del mundo (2).


                                 La verdad de la milanesa                                                            

                                                                                                                                        15 de abril 2020.

Odiado diario.

Tal vez olvidé una información de importancia. Habito en la capital de la República de Chile, es decir, la Finis Terrae. No me refiero a la finisterre de Santiago de Compostela, España. Lugar que, cuando los terraplanistas campeaban, consideraban el último lugar geográfico y mítico de la tierra, cuyo aire fantástico decae, luego que Colón se topa con el continente americano.

Este país sudamericano padece de singularidades que lo alejan del arquetipo latino. Y digo padecen, porque geográficamente es una ínsula. Al norte lindamos con el Desierto de Atacama, uno de los más áridos e inhóspitos del mundo. Al sur, nos miran friamente los hielos de la Antártica. Al este nos enfrentamos con una cadena montañosa de grandes proporciones que es la Cordillera de los Andes. El oeste no es auspicioso. El océano Pacífico baña nuestras costas de punta a rabo. El resto de América latina posee vecinos que casi están a la vuelta de la esquina, con climas benignos y una alta taza de habitantes que poseen en su sangre mezcla de aborígenes, raza negra y un tanto de caucásicos. En Chile predomina una alta taza de mestizos, originados principalmente por indios y españoles y una clase dominante  blanca europeizada. Posee prácticamente todos los climas, menos el tropical. En sus habitantes abundan las personalidades reservadas, introvertidas e incluso pusilánimes, a veces. No es menos cierto que cada vez que han alzado la voz, han sido reprimidos brutalmente (sobran ejemplos históricos de ello), por lo que el miedo atávico es un compañero constante.

Por lo anterior, dentro de cada chileno habita un hombre o mujer de la Finis Terrae. Cada nacional se percibe, en esencia, el último (a) hombre/mujer de la tierra. El coronavirus solo nos vino a externalizar una realidad que venimos experimentando desde los tiempos de la  Colonia y que no hemos deseado ver. El encierro real que experimento yo, en estos momentos, es la extensión de lo que viene ocurriendo por generaciones. Es por ello que mi entrega anterior en este diario se encuentra plagada de mentiras. Debo decir que la situación de cuarentena cuasi mundial, me acomoda.

¡Qué triste asumirlo!

Mi primer acto de autenticidad será cambiarle el rótulo a mi odiadio diario. Tal como Ana Frank nominó a su receptora como Kitty, yo lo llamaré Amigo Richard. Nombre de pila de Richard Matheson, autor de la novela de anticipación Soy leyenda.

Y esta vez diré... la verdad.

lunes, 13 de abril de 2020

Coranavirus chilensis. Diario de un habitante en el fin del mundo (1)


El último hombre en la tierra

                                                                                                              13 de abril del 2020
Odiado diario:

¡Qué manera de comenzar una historia! Con el sentimiento más abyecto que puede experimentar un ser humano. El odio.

Me encuentro encerrado en mi pequeño departamento. Absolutamente solo y sin más compañia que las hormigas, que hurgan en mi basura; las arañas de rincón y las arañas tigres, en su sempiterna guerra declarada; los ácaros imperceptibles de mi cama y una que otra mosca, que visita mi departamento del piso 14. El contacto humano es a través de internet y de mi celular. He privilegiado las videollamadas, con el fin de experimentar un símil del contacto humano. Sí, ya lo sé. ¡Es patético!

Pero... ¿cómo llegué a esta situación?

La televisón y las redes sociales, me han dado las respuestas más disímiles que he visto en mi vida, a saber:

 Un chino, en un mercado de la localidad de Wuham, donde se venden animales exóticos, habría ingerido un murciélago, el que contenía un extraño virus mortal. Este ingresó a su organismo y, por contagio exponencial, se diseminó por el mundo, infestando (no solo infectando) a una población que nunca se encontró preparada para un evento de monumentales proporciones.

Una cepa, que fue creada por países desarrollados en sus laboratorios con tecnología de punta, fue expuesta e infectada en humanos cobayas, con el fin de diesmar a la gente, porque ya la superpoblación de la tierra estaría causando estragos en escasas décadas más.

Dios, retrotrayéndose al estado del antiguo testamento, nos envió una plaga, al estilo de las del antiguo Egipto, para hacernos pagar culpas y pecados, tales como la concupiscencia, el adorar a falsos dioses (como el dinero, por ejemplo), el secularismo y el hedonismo. Solo los creyentes consecuentes sobrevirían a este holocausto de proporciones bíblicas.

Y quizás, cuántas posibilidades más...

Porque llegó una plaga que mata a las personas. La denominaron científicamente como COVID 19. Coranavirus, para los amigos. Se introduce al organismo por vías respiratoria, ocular o nasal. Ataca los pulmones y, si se tiene otra enfermedad anterior y una edad avanzada, la muerte ronda peligrosamente a cualquier persona.

Se impuso una cuarentena preventiva en varias comunas de la Región Metropolitana (la mía se encuentra en ese predicamento), por lo que me encuentro encerrado desde hace dos semanas y media. Vivo solo y en un piso en donde los vecinos viven de manera tan apacible e imperceptible que experimento la extraña sensación de la soledad absoluta. 


He tragado horas y horas de programación televisiva de cable y visitado demasiadas páginas de internet.

No sé hasta cuando podré soportarlo...