sábado, 23 de enero de 2010

El rey que agoniza

Esa noche me arrepentí de mis diatribas y de mis abyectos pensamientos hacia Sebastían. La congoja se albergaba en mi corazón y el sueño no llegaba a mi para poder descansar y alejarme de tanta barbarie cometida durante un año.
El hombre lo había hecho bien, que digo bien... espectacular. No llevaba ni seis meses al mando de la nación cuando ya remecía el ambiente con medidas que a sus aliados espantaba, a sus detractores sorprendía y al resto nos descolocaba. Eliminó la UF, creó una AFP estatal, aplicó un plan de rediseño de impuestos y con la ley Nº4593, prácticamente relanzó a las PYMES, en desmedro del gran empresariado. Al terminar su primer año de mandato y en las oficinas del Congreso dormían el sueño de los justos varios proyectos de ley que devolvían la educación pública al estado, nacionalizaban definitivamente el cobre y mejoraban sustantivamente la ley laboral. Sin embargo, lo que marcó su ruina fue el proyecto que resolvía de manera taxativa y noble las desapariciones de personas durante la dictadura militar de Pinochet.
El resto ya es historia... su limosina descapotada atravesando esa mañana del 21 de mayo de 2011 lentamente por calle Manuel Montt. El hombre saludando a los miles de adherentes que lo vitoreaban y antes que llegara al frontis del edificio parlamantario los tres disparos que acabaron con su vida. La Comisión Longueira realizó de manera puntillosa su trabajo y sus conclusiones aplastantes acallaron cualquier sombra de duda. El anarquista loco que asesinó al presidente, disparando desde una ventanilla del segundo piso del Rodoviario de Valparaíso, poseía un impresionante currículo. Ingresó al FPMR en los '80 en donde fue expulsado por sicótico, luego merodeó como asaltante de bancos en los '90 y militó en las huestes anárquicas nacionales. Sin mencionar que no poseía familia (sus padres estaban muertos), sin hermanos y apenas una relación de pareja la cual era golpeada constantemente.
Modred, que era la chapa del magnicida, ignoraba su destino inmediato, ya que al salir fuertemente custodiado por la policía en un estacionamiento subterráneo de los tribunales de justicia, recibió un mortal disparo en el estómago propinado por un mafioso de poca monta, quien declararía luego que lo hacía en nombre del pueblo que lloraba a su rey muerto.
Demás está decir que se llamó a elecciones y ganó, en primera vuelta, el abanderado de la derecha más dura. Esta vez contando con los votos de una aplastante mayoría de los ilustres ciudadanos de este país.

miércoles, 20 de enero de 2010

La alegría que nunca llegó...

Ese domingo me dirigía a la casa del Toto Miguez, sintiendo que el peso de la noche, paradojalmente a pleno día, hacía sentir sus insondables pasos. La inquietud, traducida en un dolor de estómago, no me había abandonado desde que dejé la cama esa mañana. El cuarto de pollo con papas fritas y las frutillas ya eran, a esas alturas, un bolo que que no alimentaba, más bien laceraba mis paredes intestinales.
Toto me recibió con su acostumbrado ceño fruncido y me advirtió que no hablara de la soga en la casa del ahorcado, en abierta alusión al inminente triunfo del candidato de la derecha pospinochetista y la consecuente pesadumbre de su núcleo familiar. Los rostros de aparente calma sólo presagiaban la debacle. Los tacos preparados con maestría y amor por la esposa del dueño de casa, apenas mitigaban el aciago momento.
Nos enteramos por la televisión de lo que, hasta ahora, era el rumbo que ya estaba trazado por los dioses, que no era otra cosa que el triunfo del abanderado conservador. Cuando estaban por comenzar los discursos conciliadores y las palmaditas aparentemente de perdonavidas en la espalda, fue cuando ocurrió...
Toto, su esposa, un amigo y yo no dábamos crédito a lo que nuestros ojos percibían. Las arrugas desaparecían, la piel se tornaba tersa, las incipientes canas se volvían negras azabaches y la energía perdida volvía en gloría y majestad. Miramos a la calle y sentimos las sirenas policiales y el hedor de los gases lacrimógenos penetró el departamento. No cabían dudas. El largo, medroso , tutelado y aburrido sueño de veinte años concluía y el despertar era aterrador. Los otros no habían ganado, ni nosotros habíamos recuperado nada. Las hojas del calendario permanecían intactas e inamovibles.
Los cuatro comprendimos en el acto. Cargamos nuestras mochilas con bolsas de sal, limones y una ardiente paciencia y salimos a la calle. El lugar que ya no abandonaríamos jamás.