lunes, 18 de diciembre de 2023

Búsqueda incansable a través del tiempo



 Encantado de conocerte.

Espero que hayas adivinado mi nombre.

Pero, ¿qué te desconcierta?

Es la naturaleza de mi juego.

              Sympathy for The Devil, Mick Jagger.

 Contrariado, acabó de leer El banquete de Platón y un molesto dolor comenzaba a gestarse en su estómago. El mito de la media naranja caló hondo en su esencia. Redescubrió que el destino aciago y veleidoso sólo nos confronta en tres oportunidades con la persona a la que nos une un vínculo místico, que va más allá de la precaria existencia humana. Nada menos que frente al alma gemela. Y la tragedia se cierne sobre los mortales, si no saben detectar y sentir con el corazón esos mágicos tres momentos y se enfocan en un ser equivocado. A partir de ese fatídico momento, la vida se encuentra condenada a la más miserable de las existencias, traducidas en riñas, abandonos o divorcios, porque equivocan la ruta dorada.

 Su molestia no radicaba en el mito en sí, sino que recordó en el preciso instante en que finalizaba la lectura, sentado en la orilla de esa agua correntosa, a la mujer con la que pudo haber compartido la felicidad plena y mágica.  

 La evocó nítidamente.

 Corría el año de 1978. Era la noche de su fiesta de graduación secundaria. Los portazos y negativas las experimentó en carne propia durante varias semanas. Creyó poseer alguna peste invisible, ya que las féminas rechazaron sin piedad sus invitaciones al evento. Resignado, decidió ir solo, realizar acto de presencia y abandonar el salón que se encontraba alhajado con el Encanto Bajo el Mar. Enfiló sus pasos a la puerta, caminando descuidadamente y tropezó con Beatriz. Ambos rodaron por el suelo del gimnasio. Él no podía dar crédito a su persistente mala estrella, cuando, al intentar ayudarla, sus miradas se cruzaron y por un nanosegundo sintió que el corazón se le salía por la boca. Beatriz le sostuvo la mirada y enrojeció como nunca antes, para luego ir a refugiarse al baño de damas. Intentó dar con ella sin éxito alguno. La tierra se había tragado a esa beldad y a su fugaz sombra.  

 Se sucedieron dos décadas completas. La orden del juez era perentoria. Debía abandonar el domicilio en el que compartió con su ya, ex esposa y sus dos hijos. La convivencia se tornaba insoportable. En un acto de desesperación infantil, se enfrentó en tribunales intentando hacerse de la tuición de sus vástagos, recibiendo la peor de las derrotas. Decepcionado, esa noche ingresó a un antro subterráneo de la Avenida Matta. Las damas de la noche bailaban y se desnudaban por turno en un pequeño y desvencijado escenario. Rechazó, una a una, a aquellas vampiresas que deseaban su propina y un consumo excesivo de su parte en el oscuro local. Decidió abastecerse de cigarrillos y entre el humo, la escasa luz y la música estridente, visualizó a Beatriz. Una sensación de maravilloso calor interno recorrió su cuerpo. Compró sus Lucky sin filtro para establecer conexión con ella. Esta vez, el bello rostro de la mujer, si bien, iluminado por el mágico momento, cedió a una profunda pena, debido a que el dueño del sucucho la vigilaba implacablemente y no le permitía entablar conversación con los clientes. Quizás la bebida lo envalentonó e insistió contactarla de manera vehemente. Dos gorilas lo levantaron en vilo y lo desalojaron violentamente a la calle, sin antes darle la paliza de su vida. En la madrugada despertó magullado y con el local cerrado. Golpeó una y otra vez. Volvió durante varios días, pero, al igual que en su antiguo y destruido hogar, fue estigmatizado como conflictivo y declarado persona non grata en ese bizarro lugar.

 El tiempo para él se tornó en un sinsentido.

 Envejecía inexorablemente. Alcanzó la edad de la jubilación y decidió invertir sus ahorros en tiempo de calidad. Recorrió países caribeños e intentó disfrutar de esos paraísos terrenales. Salvador de Bahía, Cartagena de Indias y finalmente, el Varadero cubano fueron sus destinos. Sin embargo, la soledad como compañía permanente no le permitía entregarse a la energía vital de esos parajes. Era su penúltimo día en ese país insular y había contratado un tour a las Cuevas de Bellamar. La camioneta tipo van, recogió al grupo de turistas puntualmente en la entrada del resort. Luego de unas horas, arribaron al pueblo de Matanzas. Breve recorrido por el lugar y el plato de fondo. Se dejó llevar por el guía y el grupo ingresó a las cuevas. Su evidente depresión se acrecentó al observar las lóbregas formaciones rocosas. Estalactitas y estalagmitas, así como el asombroso colorido de los minerales desfilaban etéreos ante sus cansados ojos. Bajó lentamente los niveles del imponente monumento natural, más, en el octavo, detuvo su caminata y clavó sus ojos en un tallado de un roquedal, en donde creyó ver el rostro de Beatriz. Aguzó más la vista y pudo constatar las bellas facciones de la mujer. Evidenciar la pétrea presencia de su amor kármico en este estrato y frustrarse fue todo uno.  

 El guía le tocó suavemente el hombro para extraerlo de su ensimismamiento. Lo condujo por un pequeño charco de aguas freáticas y, mansamente, lo depositó en la orilla en donde lo aguardaban los impacientes turistas. Agradecido, quiso entregarle una generosa propina al gentil hombre, sin embargo, al esculcar sus bolsillos solo encontró tres monedas, resultado de un vuelto de una caja de habanos. El monitor sonrío socarronamente y le aceptó el óbolo, más por diversión que por lástima. No sería la primera o la última vez que un alma derrotada y tacaña visitara las Cuevas de Bellamar.

                                                      FIN

                                                            


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