sábado, 10 de mayo de 2025

Depredadores tóxicos (3° parte)

 

                                                                                                                                                                    

Los laboratoristas habían recibido el cuerpo inerte del desaparecido y los peritajes arrojaban novedosos resultados que podrían aportar alguna luz al interior del túnel en donde nos encontrábamos extraviados con la sargento. Se comprobaba la edad de la joven víctima y las terribles heridas encontradas en su piel. Llamaba la atención que en su costado abdominal derecho, gran parte de su carne y huesos no estaban, dando la impresión que habían sido arrancados a feroces dentadas. Más bizarro aún. Al interior de sus restos estomacales unos pelillos de color marrón rojizo, largos, fluidos y densos se encontraban entrelazados con unos pelos pardos, muy oscuros. Los expertos agregaron en su informe que en las viseras del profesor asesinado se encontraron los mismos mechones. El cuerpo hallado en el canal, debido a la cantidad de agua que contenían sus restos no daban los mismos indicios, salvo que le faltaba gran parte de su espaldar, dejando al descubierto parte de su columna vertebral.

Decidimos volver a los locales aledaños a la Estación Ñuble, con la secreta esperanza de hallar algunos bizarros empleados fornidos gimnastas y colorines o unos alpinistas desquiciados de cabellera color pardo. Nada de nada. Nos encontrábamos prestos a abandonar el pequeño y austero centro comercial, cuando una pareja de migrantes llegó a abrir su pequeño local número 24. Ellos no estaban en el primer interrogatorio que hicimos con la sargento López. Según las preguntas que les realizamos, eran venezolanos que habían arribado hacían apenas dos años a Chile. Él era de baja estatura, espaldas anchas, brazos largos y un rostro de disgusto permanente que parecía adosado a su rostro. Ella, bella, alta y morena. De figura delgada y armoniosa. Permanecía largo tiempo sentada al interior del local, sin soltar en momento alguno su teléfono celular. Su silencio permanente le daba un aire misterioso. Los menté como hermanos. Esa sola mención disgustó al hombre, espetándome que eran pareja desde la adolescencia. Confesaron desconocer a los asesinados. 

Cuando estábamos a punto de subir al auto, una mujer que poseía una venta de flores nos alcanzó. Dijo haber escuchado la información que el pequeño hombre nos había entregado y que había imprecisiones. La pareja conocía a los dos jóvenes asesinados. Es más, ella, cuando se encontraba sola en el local, conversaba por separado y por largos minutos con los dos varones, quienes se sentían atraídos por aquella sensual mujer. En cuanto al docente, la mujer le solicitó clases particulares, ya que deseaba acabar su secundaria interrumpida. Pero, una vez que llegaba su hombre, eran expelidos groseramente por él. Su pequeña estatura no acompañaba a sus amenazas y la mayoría de los locatarios se reían a sus espaldas. Si bien, las descripciones de los testigos los sindicaban como posibles sospechosos, el peritaje de los de criminalística destruían esa posibilidad. ¿Cómo un homúnculo treparía varios pisos; ingresaría, desde alturas considerables, a un departamento; asesinaría salvajemente a unos hombres, practicando incluso la antropofagia; bajaría por las paredes muchos pisos, dejando pelos anaranjados y negros en sus estómagos, para luego desaparecer, sin ser visto por nadie? El móvil podrían ser los celos, sin embargo, por la envergadura de los crímenes, el migrante no calificaba ni tangencialmente como un potencial asesino serial. 

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